martes, 25 de noviembre de 2014

El trabajo humano: el sentido de las profesiones desde una mirada cristiana. Algunos problemas actuales.


Por Germán E. Grosso Molina[1]

1 – El trabajo humano

Comenzaremos estas reflexiones acerca del trabajo humano y las profesiones en general, tratando de comprenderlos en su verdadera dimensión.
Vivimos en un mundo que en la actualidad se encuentra muy influido por ideas o concepciones materialistas de la vida y de las cosas. El utilitarismo y consumismo exacerbado impregnan fuertemente nuestra cultura.
En este contexto el trabajo para el hombre puede adquirir diferentes sentidos. En efecto, desde esa mirada banal y materialista del trabajo, éste puede ser apreciado sólo como un medio de obtener riqueza. Ese es su único sentido. Desde una mirada más bien pesimista de la vida, el trabajo puede ser visto entonces como una “carga”, como un pesado yugo que todos los hombres debemos soportar para sobrevivir.

A simple vista ya podemos apreciar lo reducidas que resultan estas miradas. Por eso proponemos, desde estas líneas, una reflexión un poco más profunda, tanto desde una mirada esencialmente humana, partiendo de contemplar el ser humano como persona, dotado de dignidad, arribando a una observación de tipo más teológica, teniendo en cuenta lo que nos propone nuestra fe católica.
Para ello haremos un breve recorrido por distintos conceptos básicos y elementales, que iremos transitando en este pequeño trabajo.
Terminamos este punto introductorio, con esta reflexión, la que si bien refiere más bien a los desafíos de los futuros profesionales universitarios, sirve y nos aporta mucho a nuestro tema, teniendo en cuenta la importancia trascendental que tienen hoy por hoy dichos trabajadores:
Es necesario que la Universidad forme a los estudiantes en una mentalidad de servicio: servicio a la sociedad, promoviendo el bien común con su trabajo profesional y con su actuación cívica. Los universitarios necesitan ser responsables, tener una sana inquietud por los problemas de los demás y un espíritu generoso que les lleve a enfrentarse con estos problemas, y a procurar encontrar la mejor solución. Dar al estudiante todo eso es tarea de la Universidad... La Universidad no debe formar hombres que luego consuman egoístamente los beneficios alcanzados con sus estudios, debe prepararles para una tarea de generosa ayuda al prójimo, de fraternidad cristiana[2].

Repensar el trabajo

José Félix Pons de Villanueva nos propone “Repensar el trabajo”[3], y afirma que:

La sociedad del bienestar nos sugiere constantemente que la vida 'de verdad' comienza al terminar el trabajo. El tiempo libre y el ocio han cobrado un valor por sí mismos, que oscurecen el valor del trabajo y nos hacen pensar quizá que el trabajo es un lastre que no hay más remedio que acarrear…
Existe el peligro de pensar, especialmente cuando uno hace un trabajo rutinario, o cuando trabaja por los intereses de una empresa y no por los propios intereses, que la vida comienza de verdad después del trabajo. La cantidad de trabajo profesional no es idéntica a la plenitud de sentido de una vida creadora. El neurótico, sin embargo, intenta evadirse de la vida en sí misma. Se escapa de la vida, en su plenitud, a la vida profesional.

Para no caer en esta falsa concepción del trabajo, podemos encontrar más luz sobre el sentido y la dimensión antropológica del trabajo en los autores espirituales. Podemos acudir en este sentido a las enseñanzas de san Josemaría Escrivá de Balaguer. En una homilía, el llamado santo de la vida ordinaria, decía:
Es hora de que los cristianos digamos muy alto que el trabajo es un don de Dios, y que no tiene ningún sentido dividir a los hombres en diversas categorías según los tipos de trabajo, considerando unas tareas más nobles que otras.
El trabajo, todo trabajo, es testimonio de la dignidad del hombre, de su dominio sobre la creación. Es ocasión de desarrollo de la propia personalidad. Es vínculo de unión con los demás seres, fuente de recursos para sostener la propia familia; medio de contribuir a la mejora de la sociedad, en la que se vive, y al progreso de toda la humanidad (...).
Otro referente puede ser también Juan Pablo II. En su encíclica Laborem Exercens, dedicada a reflexionar sobre el trabajo humano, se extiende sobre el sentido objetivo del trabajo, la técnica y sobre su sentido subjetivo en el hombre como sujeto del trabajo:

Aunque pueda parecer que en el proceso industrial ´trabaja´ la máquina mientras el hombre la vigila (...) los sucesivos cambios industriales y postindustriales, demuestran de manera elocuente que también en la época del ´trabajo´ cada vez más mecanizado, el sujeto propio del trabajo sigue siendo el hombre. Es un hecho, por otra parte, que a veces, la técnica puede transformarse de aliada en adversaria del hombre (...). No hay duda de que el trabajo humano tiene un valor ético, el cual está vinculado completa y directamente al hecho de que quien lo lleva a cabo es una persona, un sujeto consciente y libre, es decir, un sujeto que decide de sí mismo (...). El primer fundamento del valor del trabajo es el hombre mismo, su sujeto (...). Es cierto que el hombre está destinado y llamado al trabajo; pero ante todo, el trabajo está ´en función del hombre´.[4]

Con esta conclusión se llega justamente a reconocer la preeminencia del significado subjetivo del trabajo sobre el significado objetivo (...). La finalidad del trabajo -aunque fuera el trabajo más corriente, monótono- permanece siempre el hombre mismo. Vale la pena pararse a pensar quién, cómo, por qué y para quién trabajamos a la hora de afrontar los desafíos laborales del Siglo XXI.

Definición y sentido del trabajo.

Trabajo proviene etimológicamente del latín trabs (traba, dificultad). Ensayar una definición precisa, resulta un tanto dificultoso, pues es difícil no caer en una mirada parcial acerca del mismo (económica, política, sociológica, antropológica, etc.).
Una mirada estrictamente economicista diría que éste (el trabajo), es uno de los factores que interviene en el intercambio de bienes y servicios. Un eslabón más en la cadena de producción, en la que se entrelazan los bienes, el capital, las maquinarias… y el trabajo como un elemento más.
Otra mirada diría que, ya que las necesidades humanas deben ser satisfechas (comida, vestido, vivienda, etc.), el trabajo configura un derecho fundamental (jurídico).
Otro enfoque más reductivista, diría que trabajo es toda actividad que consista en la modificación del espacio exterior del hombre. Aquí se recalca sólo el aspecto material; trabajar es modificar el medio ambiente, el especio exterior; sin reflexionar con mayor profundidad sobre el asunto.
Un autor especialista en Ética, Ricardo Sada, luego de comentarnos estos conceptos, nos trae una definición que pretende contemplar el trabajo en su verdadera dimensión:
Trabajo es el ejercicio de las facultades humanas aplicado sobre distintas realidades, para comunicarles unidad y valor, haciendo posible a quien trabaja tender hacia su propia perfección, obtener la satisfacción de sus necesidades vitales y contribuir a la creciente humanización del mundo y sus estructuras[5].
En primer lugar observamos que el trabajo como tal es propio de las criaturas racionales, siendo una de las cosas que distingue al ser humano de los animales. Éstos obran por instinto, de forma casi automática ante una necesidad de su ser; el ser humano emplea la razón, a fin de procurar, mediante la actividad que desarrolla, la satisfacción de sus necesidades y el bienestar propio.
El trabajo además debe entenderse como un medio de perfección, y no como un fin en sí mismo. Es uno de los caminos mediante los cuales el ser humano se desarrolla, despliega sus virtudes y talentos, perfeccionándose como tal. A través de él puede desarrollarse como ser humano, descubriendo su especial virtud (el artesano, el científico, el político, etc.). Puede encontrar parte del sentido de la vida, en medio del trabajo escogido.
Nunca el trabajo debe considerarse un fin; está al servicio del ser humano, y no el ser humano al servicio de su trabajo. La sabiduría popular ha acuñado al respecto frases bastante interesantes, como esa que dice: hay que trabajar para vivir, no vivir para trabajar…
Es a la vez un medio de subsistencia legítimo, naturalmente, pues mediante él, el ser humano obtiene lo necesario para vivir, sea directamente (extrayendo el alimento, el vestido, levantando su vivienda), o adquiriendo esos medios de cambio (vr. gr. el dinero) a través del salario, que le permite adquirir aquellos.
Finalmente es un medio de contribución al bien común. Mediante su trabajo cada ser humano realiza su pequeño aporte para el desarrollo y progreso de la sociedad en la que vive, y de la humanidad en general.

El hombre trabajador.

Ya adelantamos que quien trabaja es ante todo “una persona”. Por ello distinguimos en este punto el aspecto “objetivo” del “subjetivo” del trabajo.
El “objetivo” es la obra, el resultado del esfuerzo realizado. Lo palpable materialmente. Sin dudas que es un aspecto importante, pues en definitiva ese producto del trabajo es lo que se ofrece a aquel que acude al servicio de un profesional. Sin embargo no es éste el aspecto esencial. Lo fundamental es lo “subjetivo”, y tiene que ver con el sujeto que actúa.
Éste pone en el trabajo su impronta personal. Es el medio de perfeccionamiento individual en las potencialidades del ser humano. Cada trabajador arroja, mediante el trabajo que realiza, parte de sus capacidades manuales e intelectuales. Éste es el aspecto  más valioso y el que debe respetarse.
Sin embargo, vemos cómo el mundo moderno valoriza más el aspecto objetivo. El trabajo es considerado en relación al “producto”, sin importar quién lo realiza. Por ello se ven situaciones de explotación, de cuasi esclavitud, donde vemos como grandes marcas y corporaciones económicas, explotan las capacidades de los trabajadores, sin respetarlos muchas veces en sus derechos más básicos.
El ser humano que trabaja en definitiva es el que le da verdadero valor al trabajo, y como tal debe ser valorado él mismo. El hombre por su trabajo expresa su dignidad, por ello la tan acuñada frase popular: el trabajo dignifica.
No resulta tan importante el “qué” (producto), sino el “quién” (el trabajador).
Por ello es que se sugiere que en todo trabajo, aún el más manual y mecánico de todos, resulta necesario, para respetar la dignidad del trabajador, lograr que éste le ponga su impronta creativa.[6]
De modo que podemos afirmar que el trabajo:
·         Expresa la dignidad del hombre, de la que está dotado por ser persona.
·         Aumenta su dignidad, por cuanto mediante el trabajo el hombre demuestra su dominio sobre la creación y desarrolla sus capacidades.
·         Mediante el trabajo el hombre se perfecciona como tal, pues es un camino mediante el cual puede desarrollar todas sus cualidades y virtudes
·         Finalmente, es un medio de servicio al prójimo y la sociedad. Cada trabajador hace su aporte, desde su lugar de trabajo, al bien común de la sociedad.
Concluimos este parágrafo citando a Juan Pablo II, quien enseñaba que:
No obstante, con toda esta fatiga —y quizás, en un cierto sentido, debido a ella— el trabajo es un bien del hombre. Si este bien comporta el signo de un «bonum arduum», según la terminología de Santo Tomás; esto no quita que, en cuanto tal, sea un bien del hombre. Y es no sólo un bien «útil» o «para disfrutar», sino un bien «digno», es decir, que corresponde a la dignidad del hombre, un bien que expresa esta dignidad y la aumenta.
Queriendo precisar mejor el significado ético del trabajo, se debe tener presente ante todo esta verdad. El trabajo es un bien del hombre —es un bien de su humanidad—, porque mediante el trabajo el hombre no sólo transforma la naturaleza adaptándola a las propias necesidades, sino que se realiza a sí mismo como hombre, es más, en un cierto sentido «se hace más hombre»[7].

La remuneración.

La remuneración constituye la retribución al trabajador por la tarea desarrollada. Como ya dijimos, el trabajo es además de todo lo expuesto, un medio de vida mediante el cual el hombre que trabaja obtiene lo necesario para sus existir, propio y de su familia. La remuneración debe entonces ser “justa”, es decir, respetar la dignidad del trabajador, considerar el esfuerzo desarrollado y garantizar vivir dignamente.
Las leyes laborales se han encargado de ajustar las relaciones de trabajo a esos parámetros que se fundan en la dignidad del trabajador. Es por ello que contemplan jornadas limitadas de trabajo, vacaciones y descansos obligatorios y pagos, salario mínimo vital y móvil, que garantice el accesos a los bienes indispensables de vida (comida, alimento y vivienda), la agrupación sindical libre y democrática, la negociación colectiva, la huelga como derecho siempre que sea lícita, y los beneficios de la seguridad social (jubilación, obra social, cobertura por accidentes de trabajo, etc.).
Ningún beneficio del empresario será justo, sino se respetan los ingresos mínimos que el trabajador debe percibir. Así también los honorarios o el sueldo del trabajador si son excesivos violan el principio de justicia hacia el otro.

2 - El trabajo como profesión

Precisando el concepto, diremos que objetivamente la profesión es una ocupación del hombre en un fin concreto. Es esa realidad material o espiritual que absorbe parte de la actividad del hombre, dando lugar a un quehacer específico. Formalmente, es el ejercicio de alguna de las facultades del hombre sobre algo definido y concreto por fines no comunes, sino especiales. Peinador Navarro la define como la aplicación ordenada y racional de parte de la actividad del hombre al conseguimiento de cualquiera de los fines inmediatos y fundamentales de la vida humana[8].
Debeljuh cita una definición de profesión antiguamente conocida: es una actividad personal, estable y honrada, puesta al servicio de los demás y en beneficio de uno mismo, a impulsos de la propia vocación y con la dignidad que corresponde a la persona humana, con el fin de contribuir al bien común[9].
Ésta es la que nos servirá para el estudio que proponemos, por lo que seguidamente analizaremos sus notas distintivas.

Sus notas distintivas

De la definición antes dada, nos interesa analizar sus diferentes rasgos característicos:
1.       Actividad propia: la profesión requiere de la propia actividad, de la "acción" del sujeto; es decir, de un movimiento propio a partir de sus propios impulsos. Requiere indispensablemente de un “acto”, a instancia de la propia voluntad del sujeto, y tendiente a modificar algún aspecto de la realidad exterior.
No puede considerarse una profesión la actividad del que "vive de rentas", del "especulador", etc., ya que no ponen en marcha una actividad personal. Estos sujetos habrán encontrado claramente una fuente de ingresos para vivir, pero no son precisamente “profesionales”.
2.                  Servicio hacia los demás: Conforme a lo que hemos analizado anteriormente, el trabajo del que actúa se ofrece como servicio al otro, que necesita del bien o producto que éste ofrece, o de sus servicios. El servicio es uno de los aspectos esenciales de la profesión[10]. Degenera la esencia de la profesión quién solo aprecia en ella el aspecto lucrativo, y la ve solamente como una fuente de generación de ingresos.
3.                  Beneficio propio: dijimos que una de las primeras razones por las que el hombre necesita trabajar, es justamente para lograr su subsistencia y obtener lo necesario para su vida, tanto el alimento, como el vestido, la vivienda, y los demás bienes que hacen a lograr una vida digna. Ese provecho es el lucro honesto, considerado éste no desde un punto de vista egoísta y utilitarista, sino desde ese natural papel que el trabajo significa para cada persona.
4.       La vocación: es fundamental considerar que esa actividad se desarrolla a instancia de la propia vocación, entendida como el llamado natural y espontáneo que cada uno experimenta en su interior hacia una actividad determinada.
Alude a la inclinación o atracción que cada uno experimenta respecto a una actividad, o campo de conocimiento.
También se relaciona con la idoneidad de quien actúa, es decir, la capacidad para la realización de diferentes actividades.
Finalmente se debe considerar la recta intención del individuo, lo que se vincula con la honestidad.
5.       Estabilidad: lo que distingue también a la profesión es la habitualidad, es decir, la dedicación constante y permanente del sujeto que la realiza. Muchas veces son justamente estas características las que se resalta a la hora de ofrecer un servicio, y así vemos anuncios de un negocio que se presenta con rasgos como "trayectoria", "experiencia", "30 años dedicados a...". En definitiva, esa cualidad es la que garantiza muchas veces la idoneidad del sujeto que ofrece su servicio. La experiencia nos muestra que es común que escojamos los servicios de un profesional, según la trayectoria y el tiempo dedicado a ese rubro que éste posea, y suele ser factor determinante a la hora de la elección.
6.       Honradez: El profesional debe ejercer su función desde la más estricta honradez y fidelidad a los principios morales. Junto a los conocimientos y habilidades técnicas para el buen desempeño, los profesionales deben caracterizarse por sus principios éticos y morales, por su honestidad a toda prueba, por su incorruptibilidad, por su disciplina, su espíritu colectivo, por su austeridad, modestia y estilo de vida sencillo.
El ejercicio profesional demanda un amplio campo de autonomía, tanto personal como del colectivo en su conjunto, cuyo correlato es la asunción de las responsabilidades inherentes al desarrollo de la actividad.
7.       Respeto a la "dignidad humana": Lo esencial cuando nos referimos a la “profesión” es que ésta es ejercida por una “persona” y se dirige hacia “personas”. Remitimos a los fundamentos “antropológicos” de la ética, y hacemos hincapié en la necesidad de generar relaciones más “humanas”, más personales. Quien ejerce la profesión, al ser persona, está dotado de una dignidad que es inviolable, pero además, dirige su tarea hacia otras personas que, como tales, merecen todo el respeto que su condición requiere. Atentan contra ésta nota característica aquellas profesiones que degeneran o menoscaban la integridad moral de la persona que actúa (prostitución, actividades ilícitas, mafiosas, etc.), como así también aquellos que en el ejercicio de su profesión desconocen la calidad de personas de aquellos que a ellos acuden, no respetándolos como tales, considerándolos como meros “clientes”, como un “número” más del sistema, y no como un ser humano dotado de personalidad.

Toda profesión se sustenta en un “bien”

Debemos destacar en este punto que, tal como lo mencionamos en nuestra introducción, toda profesión responde a una “necesidad” de la vida social, que el sujeto que actúa intenta satisfacer. Eso nos hace notar que la razón de ser de toda profesión, es el bien de la vida que la sociedad necesita lograr alcanzar (la vida, la salud, la justicia, la seguridad, el bienestar, la alimentación, etc.).
Cada profesión entonces se encuentra al servicio de un bien determinado, que es su razón de ser, su fin último, y al cual la profesión se debe íntegramente. El profesional que desvíe la atención hacia otros fines diferentes (intereses individuales egoístas –ganar dinero en grandes cantidades-, intereses políticos o corporativos, etc.), desnaturaliza su profesión, y por lo tanto no la estará ejerciendo bien éticamente.
Vemos entones cómo es que el médico, farmacéutico, bioquímico, etc., se debe a la “vida y la salud” de las personas; el abogado, a lograr la “justicia”; los ingenieros y arquitectos, a lograr la “seguridad” y “utilidad” necesarias en las construcciones; los políticos a lograr el “bien común” político, etc., y en el momento en que desvíen su accionar hacia otros fines, no estarán actuando rectamente.

3 – Raíces bíblicas del trabajo

Tendremos en cuenta, en este punto, qué nos dicen las sagradas escrituras acerca del trabajo humano.

Designios divinos

A diferencia de lo que mucha gente piensa, en virtud de una errónea interpretación que ha cobrado bastante difusión entre nosotros, aún entre muchos católicos comprometidos y convencidos de su fe, el trabajo para el hombre no forma parte del castigo recibido luego del pecado original. Veamos.
El Génesis relata que, luego del pecado original, dijo Dios: «Porque hiciste caso a tu mujer y comiste del árbol que yo te prohibí, maldito sea el suelo por tu culpa. Con fatiga sacarás de él tu alimento todos los días de tu vida. Él te producirá cardos y espinas y comerás la hierba del campo. Ganarás el pan con el sudor de tu frente, hasta que vuelvas a la tierra, de donde fuiste sacado. ¡Porque eres polvo y al polvo volverás!»[11].
Distintos autores espirituales han entendido que el trabajo en sí, para el hombre, no es parte de la condena recibida. El castigo cosiste más bien en el “dolor”, o la “fatiga”, traducidos en las frases Con fatiga sacarás de él tu alimentoGanarás el pan con el sudor de tu frente…
Pero trabajar en sí no es parte del castigo. De hecho, el hombre fue creado para trabajar. En el paraíso, el hombre ya trabajaba.  Eso se desprende del texto bíblico, cuando éste nos dice que luego de la creación del mundo y del hombre, El Señor Dios tomó al hombre y lo puso en el jardín de Edén, para que lo cultivara y lo cuidara. Y le dio esta orden: «Puedes comer de todos los árboles que hay en el jardín, exceptuando únicamente el árbol del conocimiento del bien y del mal. De él no deberás comer, porque el día que lo hagas quedarás sujeto a la muerte[12].
De modo que estaba en el plan de Dios que el hombre “trabajase”, traducido en la frase: lo puso en el jardín de Edén, para que lo cultivara y lo cuidara… Esta parte del relato, aclaramos bien, es anterior a la caída en el pecado y la posterior condena.
Como ya dijimos, es la fatiga y el cansancio consecuencia del pecado original. Pero aún en el paraíso, el hombre fue creado para trabajar.
Por eso después, en el Antiguo Testamento, encontramos textos  como estos:
¡Feliz el que teme al Señor y sigue sus caminos! Comerás del fruto de tu trabajo, serás feliz y todo te irá bien[13].
No rehúyas de los trabajos duros, ni la labor del campo que el altísimo creó[14].
Ya en el nuevo testamento, encontramos la figura de José, el padre adoptivo de Jesús. La Sagrada Escritura dice que era artesano. La tradición y varios Padres añaden que fue carpintero. San Justino, hablando de la vida de trabajo de Jesús, afirma que hacía arados y yugos; quizá, basándose en esas palabras, San Isidoro de Sevilla concluye que José era herrero. En todo caso, un obrero que trabajaba en servicio de sus conciudadanos, que tenía una habilidad manual, fruto de años de esfuerzo y de sudor[15]. La tradición también enseña que Jesús, fue un trabajador como su padre, José. Que los Evangelios no relaten mucho de la vida oculta de Cristo, no es una omisión errada de la palabra divina, sino más bien, una omisión voluntaria. La palabra nos quiere hacer ver, en definitiva, que Jesús llevó una vida “ordinaria” semejante a la de cualquier buen creyente de ese entonces, viviendo junto a su madre y su padre en Nazaret. Por eso la tradición asegura que acompañó a su padre en su taller, siendo un trabajador más de aquella aldea.
Jesús se reconoce como un “trabajador”, llevando adelante la misión del Padre celestial[16], y se refiere a sus discípulos, como los “obreros” de su viña[17].
Luego analizaremos la parábola de los talentos, para comprender la dimensión social y espiritual del trabajo.
San Pablo, refiriéndose al trabajo, en una de sus epístolas, expresa: En aquella ocasión les impusimos esta regla: el que no quiera trabajar, que no coma. Ahora, sin embargo, nos enteramos de que algunos de ustedes viven ociosamente, no haciendo nada y entrometiéndose en todo. A estos les mandamos y los exhortamos en el Señor Jesucristo que trabajen en paz para ganarse su pan[18].
Clara sintonía con las palabras del Antiguo Testamento.

El trabajo en su dimensión social

Mediante esta parábola[19], Jesús alude a los “talentos” con los que cada ser humano ha sido dotado. Cada persona, descubriendo su vocación, encuentra en sí misma esas virtudes que lo caracterizarán frente a los demás. Enseña qua nuestros talentos deben estar al servicio de los demás, y que de ellos, debemos producir frutos. En el mensaje se ve como el patrón condena la actitud del siervo perezoso que prefiere guardar o esconder sus talentos, en lugar de hacerlos fructificar.
Llevada esa escena a nuestras vidas, nos hace meditar sobre la necesidad de descubrir cuáles son nuestros talentos, y luego, el deber que tenemos de ponerlos al servicio de los demás. Aquí es donde encontramos el aspecto social del trabajo. Nuestra actividad está puesta al servicio del otro.

Aplicaciones a nuestra vida

El principal mandamiento del cristiano, es el Amor. La caridad es el culmen de la vida cristiana. Éste se vive en todas las esferas de la vida: la propia, la vida familiar, la de amistad, la política, y naturalmente, la laboral. En el medio de su trabajo, el hombre puede santificarse a sí mismo, santificar a los demás y el mundo entero.
En efecto, viviendo la caridad se viven todas las virtudes humanas y sobrenaturales del cristiano, que forman una unidad y que no se pueden reducir a enumeraciones exhaustivas. La caridad exige que se viva la justicia, la solidaridad, la responsabilidad familiar y social, la pobreza, la alegría, la castidad, la amistad... Se ve en seguida que la práctica de estas virtudes lleva al apostolado, porque al procurar vivir así en medio del trabajo diario, la conducta cristiana se hace buen ejemplo, testimonio, ayuda concreta y eficaz; se aprende a seguir las huellas de Cristo…[20]
La vocación divina nos da una misión, nos invita a participar en la tarea única de la Iglesia, para ser así testimonio de Cristo ante nuestros iguales los hombres y llevar todas las cosas hacia Dios. La fe y la vocación de cristianos afectan a toda nuestra existencia, y no sólo a una parte. Las relaciones con Dios son necesariamente relaciones de entrega, y asumen un sentido de totalidad. La actitud del hombre de fe es mirar la vida, con todas sus dimensiones, desde una perspectiva nueva: la que nos da Dios.
Nuestra vocación humana es parte de vuestra vocación divina. Esta es la razón por la cual tenemos que santificarnos, contribuyendo al mismo tiempo a la santificación de los demás, precisamente santificando nuestro trabajo y ambiente: esa profesión u oficio que llena nuestros días, que da fisonomía peculiar a nuestra personalidad humana, que es nuestra manera de estar en el mundo. Sin olvidar, claro está, que también lo son el hogar, la familia, como la nación en la que nacimos y amamos.
El trabajo acompaña inevitablemente la vida del hombre sobre la tierra. Con él aparecen el esfuerzo, la fatiga, el cansancio: manifestaciones del dolor y de la lucha que forman parte de nuestra existencia humana actual, y que son signos de la realidad del pecado y de la necesidad de la redención. Pero el trabajo en sí mismo no es una pena, ni una maldición o un castigo: quienes hablan así no han leído bien la Escritura Santa. Es hora de que los cristianos digamos muy alto que el trabajo es un don de Dios[21].
¿Qué significa santificar el trabajo entonces?
Significa trabajar según el espíritu de Jesucristo: trabajar bien, con calidad, de acuerdo con la justicia y respetando las leyes, con el fin de amar a Dios y servir a los demás. De ese modo se contribuye a santificar el mundo desde dentro y a hacer presente el Evangelio en todas las actividades, tanto las que parecen brillantes como las más humildes y escondidas, porque delante de Dios lo importante no es el éxito humano, sino el amor que se pone en el trabajo[22].

3 – Algunos temas actuales

En este punto, y sólo a modo de disparador, proponemos que cada uno de nuestros lectores, repasando los conceptos que hemos desarrollado, se avoque a la reflexión sobre temas tan importantes y a veces dolorosos, que surgen en nuestros días, aunque conociendo raíces remotas en las historia de la humanidad, y que ésta aún no ha desterrado. Éstos afloran hoy, aún con el auge de los derechos humanos y sus proclamaciones por medio de pactos, tratados, protocolos, etc. Pasos se han dado, pero aún queda mucho por lograr.
Nos referimos a problemas tales como la escases de fuentes de trabajo. El desempleo no es un simple problema económico  y social. Es mucho más que eso. Un hombre sin trabajo, es un ser humano mutilado. Hay un aspecto de su humanidad que permanece inactivo, desorbitado. Ese sujeto se queda trunco en cuanto al desarrollo de sus capacidades manuales o intelectuales. Además, obviamente, de perder el sustento del hogar.
Pensemos también en el trabajo en negro, en donde cientos de miles de trabajadores, sin bien contando con una fuente de sustento, permanecen en la informalidad, lo que se traduce en inseguridad, pues nadie la garantiza estabilidad, cobertura social ante contingencias (enfermedad, accidentes, etc.), no podrá gozar de un descanso adecuado; mientras que lo que obtenga, muchas veces le servirá sólo para sobrevivir en ese momento, sin poder planificar y proyectar su vida y la de sus hijos hacia el futuro.
El trabajo infantil es un problema grave y serio, pues a lo ya dicho, se suma el hecho de aniquilar en esos niños poder vivir y gozar plenamente de una etapa tan esencial como la niñez, la que debería estar sólo destinada al goce de la vida, al aprendizaje, la nutrición, etc.
El trabajo esclavo es otro escándalo de nuestros días, en el que son muchas veces los inmigrantes lo que mayormente padecen estas formas de explotación del hombre por el hombre.
Ni hablar de la explotación sexual, de la que son víctimas mujeres y niños.
A estos problemas graves y escandalosos, le podemos sumar otros no menos importantes. Y nos referimos a la situación de aquellos jóvenes frustrados que, después de haber transitado una carrera universitaria, no pueden insertarse dignamente en el mercado laboral.
También podemos pensar en aquellos que aun teniendo la bendición de contar con un buen empleo, son víctima de la competencia extrema que se viven en distintos ambientes laborales, o a exigencias altísimas por parte de los directores, gerentes o jefes; o cayendo en un consumismo extremo, pretenden obtener a toda costa altos niveles de ingresos… Así surgen problemas como la competencia desleal entre compañeros y colegas, el estrés y las enfermedades laborales, la falta de tiempo dedicado a la familia, los hijos y el matrimonio, las faltas de ética en el ejercicio profesional, la corrupción que aflora no sólo en el ámbito político, como siempre se piensa, sino también en el empresarial, etc.
La sociedad actual, y principalmente los cristianos, debe tomar plena conciencia de estos problemas, pero afrontarlos no, insistimos, desde una mirada estrictamente económica del asunto. Hay seres humanos que están perdiendo el sentido de la vida, no sólo terrena, sino trascendente.  Y en ellos debemos pensar.
La Doctrina Social de la Iglesia ofrece, en este sentido, muchas luces respecto a la visión que se debe tener del problema, y hacia dónde deberían dirigirse las soluciones[23]. Sería bueno conocerla y transmitirla a fin de realizar un aporte rico para el mundo en el que vivimos.
Los creyentes, recordando que hemos sido llamados para ser sal de la tierra y luz del mundo, debemos asumir estos desafíos. Que la imaginación nos ayude para encontrar los caminos.

4 – Palabras finales

Como palabras finales de nuestro desarrollo, creemos oportuno citar las siguientes enseñanzas de la doctrina social de la Iglesia, que resumen a nuestro entender, parte de lo que hemos querido transmitir con este trabajo:
Con el trabajo y la laboriosidad, el hombre, partícipe del arte y de la sabiduría divina, embellece la creación, el cosmos ya ordenado por el Padre; suscita las energías sociales y comunitarias que alimentan el bien común, en beneficio sobre todo de los más necesitados. El trabajo humano, orientado hacia la caridad, se convierte en medio de contemplación, se transforma en oración devota, en vigilante ascesis y en anhelante esperanza del día que no tiene ocaso.
«En esta visión superior, el trabajo, castigo y al mismo tiempo premio de la actividad humana, comporta otra relación, esencialmente religiosa, que ha expresado felizmente la fórmula benedictina: ¡Ora et labora! El hecho religioso confiere al trabajo humano una espiritualidad animadora y redentora. Este parentesco entre trabajo y religión refleja la alianza misteriosa, pero real, que media entre el actuar humano y el providencial de Dios»[24].




[1] Abogado. Docente, actualmente titular de Ética profesional y legislación bioquímica de la carrera de Lic. en bioquímica de la Fac. de Alimentos, Bioq., y Farmacéuticas, de la Univ. Católica de Cuyo. Ha integrado otras cátedras e institutos referentes a la materia en la misma casa de estudios. Actualmente, diplomándose en Antropología Cristiana por la Universidad de FASTA.
[2] San Josemaría, Conversaciones: La Universidad al servicio de la sociedad actual, Cap 6, n° 74 y 75. Disponible en www.escrivaobras.org  
[3] Pons de Villanueva, José Félix, Repensar el trabajo, en Catholic.net. Cita web: www.es.catholic.net
[5] Sada, Ricardo, Curso de Ética general y aplicada, p. 177.
[6] Sada, Ricardo, Curso de Ética general y aplicada, p. 179.
[7] Juan Pablo II, op. cit., n. 9.
[8] Peinador Navarro, Antonio, Tratado de moral profesional, p. 1/2.
[9] Debeljuh, Patricia, El desafío de la ética, p. 43.
[10] Muchos Códigos de Ética de Ética profesional aluden a que la satisfacción moral del servicio prestado debe primar sobre el beneficio personal.
[11] Gn, 3, 17-19
[12] Gn 2, 15-17
[13] Sal 128, 1-3
[14] Si 7, 15.
[15] San Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, “En el taller de José”, Cap. 5, num. 40.
[16] Cfr. Jn 5, 17.
[17] Cfr. Mt 9, 37-38)
[18] 2 Ts, 3, 10-12
[19] Léase Mt 25, 14-30
[20] San Josemaría Escrivá, Conversaciones, “El Opus Dei: Una institución que promueve la búsqueda de la santidad en el mundo”, Cap. 5, num. 62.
[21] Extractos de san Josemaría Escrivá en Es Cristo que pasa, “En el taller de José”, Cap. 5, de recomendable lectura. Disponible en http://www.escrivaobras.org/book/es_cristo_que_pasa-capitulo-5.htm
[23] Véase PONTIFICIO CONSEJO « JUSTICIA Y PAZ », Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, Capítulo VI, “El trabajo humano”. Disponible en:  http://www.vatican.va/roman_curia/pontifical_councils/justpeace/documents/rc_pc_justpeace_doc_20060526_compendio-dott-soc_sp.html#Jesús hombre del trabajo  
[24] Compendio DSI, n. 266.

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