Por Germán E. Grosso Molina[1]
1 – El trabajo humano
Comenzaremos estas reflexiones acerca del trabajo humano y
las profesiones en general, tratando de comprenderlos en su verdadera
dimensión.
Vivimos en un mundo que en la actualidad se encuentra muy
influido por ideas o concepciones materialistas de la vida y de las cosas. El
utilitarismo y consumismo exacerbado impregnan fuertemente nuestra cultura.
En este contexto el trabajo para el hombre puede adquirir
diferentes sentidos. En efecto, desde esa mirada banal y materialista del
trabajo, éste puede ser apreciado sólo como un medio de obtener riqueza. Ese es
su único sentido. Desde una mirada más bien pesimista de la vida, el trabajo
puede ser visto entonces como una “carga”, como un pesado yugo que todos los
hombres debemos soportar para sobrevivir.
A simple vista ya podemos apreciar lo reducidas que resultan
estas miradas. Por eso proponemos, desde estas líneas, una reflexión un poco
más profunda, tanto desde una mirada esencialmente humana, partiendo de contemplar el ser humano como persona, dotado de dignidad, arribando a
una observación de tipo más teológica, teniendo en cuenta lo que nos propone
nuestra fe católica.
Para ello haremos un breve recorrido por distintos conceptos
básicos y elementales, que iremos transitando en este pequeño trabajo.
Terminamos este punto introductorio, con esta reflexión, la
que si bien refiere más bien a los desafíos de los futuros profesionales
universitarios, sirve y nos aporta mucho a nuestro tema, teniendo en cuenta la
importancia trascendental que tienen hoy por hoy dichos trabajadores:
Es necesario que la Universidad forme a los estudiantes en
una mentalidad de servicio: servicio a la sociedad, promoviendo el bien común
con su trabajo profesional y con su actuación cívica. Los universitarios
necesitan ser responsables, tener una sana inquietud por los problemas de los
demás y un espíritu generoso que les lleve a enfrentarse con estos problemas, y
a procurar encontrar la mejor solución. Dar al estudiante todo eso es tarea de
la Universidad... La Universidad no debe
formar hombres que luego consuman egoístamente los beneficios alcanzados con
sus estudios, debe prepararles para una tarea de generosa ayuda al prójimo, de
fraternidad cristiana[2].
Repensar el trabajo
José Félix Pons de Villanueva nos propone “Repensar el
trabajo”[3],
y afirma que:
La sociedad del bienestar nos sugiere constantemente que
la vida 'de verdad' comienza al terminar el trabajo. El tiempo libre y el ocio
han cobrado un valor por sí mismos, que oscurecen el valor del trabajo y nos
hacen pensar quizá que el trabajo es un lastre que no hay más remedio que
acarrear…
Existe el peligro de pensar, especialmente cuando uno hace
un trabajo rutinario, o cuando trabaja por los intereses de una empresa y no
por los propios intereses, que la vida comienza de verdad después del trabajo.
La cantidad de trabajo profesional no es idéntica a la plenitud de sentido de
una vida creadora. El neurótico, sin embargo, intenta evadirse de la vida en sí
misma. Se escapa de la vida, en su plenitud, a la vida profesional.
Para no caer en esta falsa concepción del trabajo, podemos
encontrar más luz sobre el sentido y la dimensión antropológica del trabajo en
los autores espirituales. Podemos acudir en este sentido a las enseñanzas de san
Josemaría Escrivá de Balaguer. En una homilía, el llamado santo de la vida
ordinaria, decía:
Es hora de que los cristianos digamos muy alto que el
trabajo es un don de Dios, y que no tiene ningún sentido dividir a los hombres
en diversas categorías según los tipos de trabajo, considerando unas tareas más
nobles que otras.
El trabajo, todo trabajo, es testimonio
de la dignidad del hombre, de su dominio sobre la creación. Es ocasión de
desarrollo de la propia personalidad. Es vínculo de unión con los demás seres,
fuente de recursos para sostener la propia familia; medio de contribuir a la
mejora de la sociedad, en la que se vive, y al progreso de toda la humanidad (...).
Otro referente puede ser también Juan Pablo II. En su
encíclica Laborem Exercens, dedicada
a reflexionar sobre el trabajo humano, se extiende sobre el sentido objetivo
del trabajo, la técnica y sobre su sentido subjetivo en el hombre como sujeto
del trabajo:
Aunque pueda parecer que en el proceso industrial
´trabaja´ la máquina mientras el hombre la vigila (...) los sucesivos cambios
industriales y postindustriales, demuestran de manera elocuente que también en
la época del ´trabajo´ cada vez más mecanizado, el sujeto propio del trabajo
sigue siendo el hombre. Es un hecho, por otra parte, que a veces, la técnica
puede transformarse de aliada en adversaria del hombre (...). No hay duda de
que el trabajo humano tiene un valor ético, el cual está vinculado completa y
directamente al hecho de que quien lo lleva a cabo es una persona, un sujeto
consciente y libre, es decir, un sujeto que decide de sí mismo (...). El primer
fundamento del valor del trabajo es el hombre mismo, su sujeto (...). Es cierto
que el hombre está destinado y llamado al trabajo; pero ante todo, el trabajo
está ´en función del hombre´.[4]
Con esta conclusión se llega justamente a reconocer la
preeminencia del significado subjetivo del trabajo sobre el significado
objetivo (...). La finalidad del trabajo -aunque fuera el trabajo más
corriente, monótono- permanece siempre el hombre mismo. Vale la pena pararse a
pensar quién, cómo, por qué y para quién trabajamos a la hora de afrontar los
desafíos laborales del Siglo XXI.
Definición y sentido del trabajo.
Trabajo proviene etimológicamente del latín trabs (traba, dificultad). Ensayar una
definición precisa, resulta un tanto dificultoso, pues es difícil no caer en
una mirada parcial acerca del mismo (económica, política, sociológica,
antropológica, etc.).
Una mirada estrictamente economicista diría que éste (el
trabajo), es uno de los factores que interviene en el intercambio de bienes y
servicios. Un eslabón más en la cadena de producción, en la que se entrelazan
los bienes, el capital, las maquinarias… y el trabajo como un elemento más.
Otra mirada diría que, ya que las necesidades humanas deben
ser satisfechas (comida, vestido, vivienda, etc.), el trabajo configura un
derecho fundamental (jurídico).
Otro enfoque más reductivista, diría que trabajo es toda
actividad que consista en la modificación del espacio exterior del hombre. Aquí
se recalca sólo el aspecto material; trabajar es modificar el medio ambiente,
el especio exterior; sin reflexionar con mayor profundidad sobre el asunto.
Un autor especialista en Ética, Ricardo Sada, luego de
comentarnos estos conceptos, nos trae una definición que pretende contemplar el
trabajo en su verdadera dimensión:
Trabajo es el ejercicio de las facultades
humanas aplicado sobre distintas realidades, para comunicarles unidad y valor,
haciendo posible a quien trabaja tender hacia su propia perfección, obtener la
satisfacción de sus necesidades vitales y contribuir a la creciente
humanización del mundo y sus estructuras[5].
En primer lugar observamos que el trabajo como tal es propio
de las criaturas racionales, siendo una de las cosas que distingue al ser
humano de los animales. Éstos obran por instinto, de forma casi automática ante
una necesidad de su ser; el ser humano emplea la razón, a fin de procurar, mediante
la actividad que desarrolla, la satisfacción de sus necesidades y el bienestar
propio.
El trabajo además debe entenderse como un medio de perfección, y no como un fin en sí mismo. Es uno de los caminos
mediante los cuales el ser humano se desarrolla, despliega sus virtudes y
talentos, perfeccionándose como tal. A través de él puede desarrollarse como
ser humano, descubriendo su especial virtud (el artesano, el científico, el
político, etc.). Puede encontrar parte del sentido de la vida, en medio del trabajo
escogido.
Nunca el trabajo debe considerarse un fin; está al servicio
del ser humano, y no el ser humano al servicio de su trabajo. La sabiduría
popular ha acuñado al respecto frases bastante interesantes, como esa que dice:
hay que trabajar para vivir, no vivir
para trabajar…
Es a la vez un medio de subsistencia legítimo, naturalmente,
pues mediante él, el ser humano obtiene lo necesario para vivir, sea
directamente (extrayendo el alimento, el vestido, levantando su vivienda), o
adquiriendo esos medios de cambio (vr. gr. el dinero) a través del salario, que
le permite adquirir aquellos.
Finalmente es un medio de contribución al bien común.
Mediante su trabajo cada ser humano realiza su pequeño aporte para el
desarrollo y progreso de la sociedad en la que vive, y de la humanidad en
general.
El hombre trabajador.
Ya adelantamos que quien trabaja es ante todo “una persona”.
Por ello distinguimos en este punto el aspecto “objetivo” del “subjetivo” del
trabajo.
El “objetivo” es la obra, el resultado del esfuerzo
realizado. Lo palpable materialmente. Sin dudas que es un aspecto importante,
pues en definitiva ese producto del trabajo es lo que se ofrece a aquel que
acude al servicio de un profesional. Sin embargo no es éste el aspecto
esencial. Lo fundamental es lo “subjetivo”, y tiene que ver con el sujeto que
actúa.
Éste pone en el trabajo su impronta personal. Es el medio de
perfeccionamiento individual en las potencialidades del ser humano. Cada
trabajador arroja, mediante el trabajo que realiza, parte de sus capacidades
manuales e intelectuales. Éste es el aspecto
más valioso y el que debe respetarse.
Sin embargo, vemos cómo el mundo moderno valoriza más el
aspecto objetivo. El trabajo es considerado en relación al “producto”, sin
importar quién lo realiza. Por ello se ven situaciones de explotación, de cuasi
esclavitud, donde vemos como grandes marcas y corporaciones económicas,
explotan las capacidades de los trabajadores, sin respetarlos muchas veces en
sus derechos más básicos.
El ser humano que trabaja en definitiva es el que le da
verdadero valor al trabajo, y como tal debe ser valorado él mismo. El hombre
por su trabajo expresa su dignidad, por ello la tan acuñada frase popular: el
trabajo dignifica.
No resulta tan importante el “qué” (producto), sino el
“quién” (el trabajador).
Por ello es que se sugiere que en todo trabajo, aún el más
manual y mecánico de todos, resulta necesario, para respetar la dignidad del
trabajador, lograr que éste le ponga su impronta creativa.[6]
De modo que podemos afirmar que el trabajo:
·
Expresa la dignidad del hombre, de la que está
dotado por ser persona.
·
Aumenta su dignidad, por cuanto mediante el
trabajo el hombre demuestra su dominio sobre la creación y desarrolla sus
capacidades.
·
Mediante el trabajo el hombre se perfecciona
como tal, pues es un camino mediante el cual puede desarrollar todas sus
cualidades y virtudes
·
Finalmente, es un medio de servicio al prójimo y
la sociedad. Cada trabajador hace su aporte, desde su lugar de trabajo, al bien
común de la sociedad.
Concluimos este parágrafo citando a Juan Pablo II, quien enseñaba
que:
No obstante, con toda esta fatiga —y quizás, en un cierto
sentido, debido a ella— el trabajo es un bien del hombre. Si este bien comporta
el signo de un «bonum arduum», según la terminología de Santo Tomás; esto no
quita que, en cuanto tal, sea un bien del hombre. Y es no sólo un bien «útil» o
«para disfrutar», sino un bien «digno», es decir, que corresponde a la dignidad
del hombre, un bien que expresa esta dignidad y la aumenta.
Queriendo precisar mejor el significado ético del trabajo,
se debe tener presente ante todo esta verdad. El trabajo es un bien del hombre
—es un bien de su humanidad—, porque mediante el trabajo el hombre no sólo
transforma la naturaleza adaptándola a las propias necesidades, sino que se
realiza a sí mismo como hombre, es más, en un cierto sentido «se hace más
hombre»[7].
La remuneración.
La remuneración constituye la retribución al trabajador por
la tarea desarrollada. Como ya dijimos, el trabajo es además de todo lo
expuesto, un medio de vida mediante el cual el hombre que trabaja obtiene lo
necesario para sus existir, propio y de su familia. La remuneración debe
entonces ser “justa”, es decir, respetar la dignidad del trabajador, considerar
el esfuerzo desarrollado y garantizar vivir dignamente.
Las leyes laborales se han encargado de ajustar las
relaciones de trabajo a esos parámetros que se fundan en la dignidad del
trabajador. Es por ello que contemplan jornadas limitadas de trabajo,
vacaciones y descansos obligatorios y pagos, salario mínimo vital y móvil, que
garantice el accesos a los bienes indispensables de vida (comida, alimento y
vivienda), la agrupación sindical libre y democrática, la negociación
colectiva, la huelga como derecho siempre que sea lícita, y los beneficios de
la seguridad social (jubilación, obra social, cobertura por accidentes de
trabajo, etc.).
Ningún beneficio del empresario será justo, sino se respetan
los ingresos mínimos que el trabajador debe percibir. Así también los
honorarios o el sueldo del trabajador si son excesivos violan el principio de
justicia hacia el otro.
2 - El trabajo como profesión
Precisando el concepto, diremos que objetivamente la
profesión es una ocupación del hombre en un fin concreto. Es esa realidad
material o espiritual que absorbe parte de la actividad del hombre, dando lugar
a un quehacer específico. Formalmente, es el ejercicio de alguna de las
facultades del hombre sobre algo definido y concreto por fines no comunes, sino
especiales. Peinador Navarro la define como
la aplicación ordenada y racional de parte de la actividad del hombre al
conseguimiento de cualquiera de los fines inmediatos y fundamentales de la vida
humana[8].
Debeljuh cita una definición de profesión antiguamente
conocida: es una actividad personal, estable y honrada, puesta al servicio de los
demás y en beneficio de uno mismo, a impulsos de la propia vocación y con la
dignidad que corresponde a la persona humana, con el fin de contribuir al bien
común[9].
Ésta es la que nos servirá para el estudio que proponemos,
por lo que seguidamente analizaremos sus notas distintivas.
Sus notas distintivas
De la definición antes dada, nos interesa analizar sus
diferentes rasgos característicos:
1.
Actividad
propia: la profesión requiere de la propia actividad, de la
"acción" del sujeto; es decir, de un movimiento propio a partir de
sus propios impulsos. Requiere indispensablemente de un “acto”, a instancia de
la propia voluntad del sujeto, y tendiente a modificar algún aspecto de la
realidad exterior.
No puede considerarse una profesión la actividad del que
"vive de rentas", del "especulador", etc., ya que no ponen
en marcha una actividad personal. Estos sujetos habrán encontrado claramente
una fuente de ingresos para vivir, pero no son precisamente “profesionales”.
2.
Servicio
hacia los demás: Conforme a lo que hemos analizado anteriormente, el
trabajo del que actúa se ofrece como servicio al otro, que necesita del bien o
producto que éste ofrece, o de sus servicios. El servicio es uno de los
aspectos esenciales de la profesión[10].
Degenera la esencia de la profesión quién solo aprecia en ella el aspecto
lucrativo, y la ve solamente como una fuente de generación de ingresos.
3.
Beneficio
propio: dijimos que una de las primeras razones por las que el hombre
necesita trabajar, es justamente para lograr su subsistencia y obtener lo
necesario para su vida, tanto el alimento, como el vestido, la vivienda, y los
demás bienes que hacen a lograr una vida digna. Ese provecho es el lucro
honesto, considerado éste no desde un punto de vista egoísta y utilitarista,
sino desde ese natural papel que el trabajo significa para cada persona.
4.
La
vocación: es fundamental considerar que esa actividad se desarrolla a
instancia de la propia vocación, entendida como el llamado natural y espontáneo
que cada uno experimenta en su interior hacia una actividad determinada.
Alude a la inclinación
o atracción que cada uno experimenta respecto a una actividad, o campo de
conocimiento.
También se relaciona con la idoneidad de quien actúa, es decir, la capacidad para la
realización de diferentes actividades.
Finalmente se debe considerar la recta intención del individuo, lo que se vincula con la honestidad.
5.
Estabilidad:
lo que distingue también a la profesión es la habitualidad, es decir, la
dedicación constante y permanente del sujeto que la realiza. Muchas veces son
justamente estas características las que se resalta a la hora de ofrecer un
servicio, y así vemos anuncios de un negocio que se presenta con rasgos como
"trayectoria", "experiencia", "30 años dedicados
a...". En definitiva, esa cualidad es la que garantiza muchas veces la
idoneidad del sujeto que ofrece su servicio. La experiencia nos muestra que es
común que escojamos los servicios de un profesional, según la trayectoria y el
tiempo dedicado a ese rubro que éste posea, y suele ser factor determinante a
la hora de la elección.
6.
Honradez:
El profesional debe ejercer su función desde la más estricta honradez y
fidelidad a los principios morales. Junto a los conocimientos y habilidades
técnicas para el buen desempeño, los profesionales deben caracterizarse por sus
principios éticos y morales, por su honestidad a toda prueba, por su
incorruptibilidad, por su disciplina, su espíritu colectivo, por su austeridad,
modestia y estilo de vida sencillo.
El ejercicio profesional demanda un amplio campo de
autonomía, tanto personal como del colectivo en su conjunto, cuyo correlato es
la asunción de las responsabilidades inherentes al desarrollo de la actividad.
7.
Respeto a
la "dignidad humana": Lo esencial cuando nos referimos a la
“profesión” es que ésta es ejercida por una “persona” y se dirige hacia
“personas”. Remitimos a los fundamentos “antropológicos” de la ética, y hacemos
hincapié en la necesidad de generar relaciones más “humanas”, más personales.
Quien ejerce la profesión, al ser persona, está dotado de una dignidad que es
inviolable, pero además, dirige su tarea hacia otras personas que, como tales,
merecen todo el respeto que su condición requiere. Atentan contra ésta nota
característica aquellas profesiones que degeneran o menoscaban la integridad
moral de la persona que actúa (prostitución, actividades ilícitas, mafiosas, etc.),
como así también aquellos que en el ejercicio de su profesión desconocen la
calidad de personas de aquellos que a ellos acuden, no respetándolos como
tales, considerándolos como meros “clientes”, como un “número” más del sistema,
y no como un ser humano dotado de personalidad.
Toda profesión se sustenta en un “bien”
Debemos destacar en este punto que, tal como lo mencionamos
en nuestra introducción, toda profesión responde a una “necesidad” de la vida
social, que el sujeto que actúa intenta satisfacer. Eso nos hace notar que la
razón de ser de toda profesión, es el bien de la vida que la sociedad necesita
lograr alcanzar (la vida, la salud, la justicia, la seguridad, el bienestar, la
alimentación, etc.).
Cada profesión entonces se encuentra al servicio de un bien
determinado, que es su razón de ser, su fin último, y al cual la profesión se
debe íntegramente. El profesional que desvíe la atención hacia otros fines
diferentes (intereses individuales egoístas –ganar dinero en grandes
cantidades-, intereses políticos o corporativos, etc.), desnaturaliza su
profesión, y por lo tanto no la estará ejerciendo bien éticamente.
Vemos entones cómo es que el médico, farmacéutico,
bioquímico, etc., se debe a la “vida y la salud” de las personas; el abogado, a
lograr la “justicia”; los ingenieros y arquitectos, a lograr la “seguridad” y
“utilidad” necesarias en las construcciones; los políticos a lograr el “bien
común” político, etc., y en el momento en que desvíen su accionar hacia otros
fines, no estarán actuando rectamente.
3 – Raíces bíblicas del trabajo
Tendremos en cuenta, en este punto, qué nos dicen las
sagradas escrituras acerca del trabajo humano.
Designios divinos
A diferencia de lo que mucha gente piensa, en virtud de una
errónea interpretación que ha cobrado bastante difusión entre nosotros, aún
entre muchos católicos comprometidos y convencidos de su fe, el trabajo para el
hombre no forma parte del castigo recibido luego del pecado original. Veamos.
El Génesis relata que, luego del pecado original, dijo Dios:
«Porque hiciste caso a tu mujer y comiste
del árbol que yo te prohibí, maldito sea el suelo por tu culpa. Con fatiga
sacarás de él tu alimento todos los días de tu vida. Él te producirá cardos y
espinas y comerás la hierba del campo. Ganarás el pan con el sudor de tu
frente, hasta que vuelvas a la tierra, de donde fuiste sacado. ¡Porque eres
polvo y al polvo volverás!»[11].
Distintos autores espirituales han entendido que el trabajo
en sí, para el hombre, no es parte de la condena recibida. El castigo cosiste
más bien en el “dolor”, o la “fatiga”, traducidos en las frases Con
fatiga sacarás de él tu alimento… Ganarás
el pan con el sudor de tu frente…
Pero trabajar en sí no es parte del castigo. De hecho, el
hombre fue creado para trabajar. En el paraíso, el hombre ya trabajaba. Eso se desprende del texto bíblico, cuando
éste nos dice que luego de la creación del mundo y del hombre, El Señor Dios tomó al hombre y lo puso en el
jardín de Edén, para que lo cultivara y lo cuidara. Y le dio esta orden:
«Puedes comer de todos los árboles que hay en el jardín, exceptuando únicamente
el árbol del conocimiento del bien y del mal. De él no deberás comer, porque el
día que lo hagas quedarás sujeto a la muerte[12].
De modo que estaba en el plan de Dios que el hombre “trabajase”,
traducido en la frase: lo puso en el jardín de Edén, para que lo
cultivara y lo cuidara… Esta parte del relato, aclaramos bien, es
anterior a la caída en el pecado y la posterior condena.
Como ya dijimos, es la fatiga y el cansancio consecuencia
del pecado original. Pero aún en el paraíso, el hombre fue creado para
trabajar.
Por eso después, en el Antiguo Testamento, encontramos
textos como estos:
¡Feliz el que teme al
Señor y sigue sus caminos! Comerás del
fruto de tu trabajo, serás feliz y todo te irá bien[13].
No rehúyas de los trabajos duros, ni la labor del campo que
el altísimo creó[14].
Ya en el nuevo testamento, encontramos la figura de José, el
padre adoptivo de Jesús. La Sagrada Escritura dice que era artesano. La
tradición y varios Padres añaden que fue carpintero. San Justino, hablando de
la vida de trabajo de Jesús, afirma que hacía arados y yugos; quizá, basándose
en esas palabras, San Isidoro de Sevilla concluye que José era herrero. En todo
caso, un obrero que trabajaba en servicio de sus conciudadanos, que tenía una
habilidad manual, fruto de años de esfuerzo y de sudor[15].
La tradición también enseña que Jesús, fue un trabajador como su padre, José.
Que los Evangelios no relaten mucho de la vida oculta de Cristo, no es una
omisión errada de la palabra divina, sino más bien, una omisión voluntaria. La
palabra nos quiere hacer ver, en definitiva, que Jesús llevó una vida
“ordinaria” semejante a la de cualquier buen creyente de ese entonces, viviendo
junto a su madre y su padre en Nazaret. Por eso la tradición asegura que
acompañó a su padre en su taller, siendo un trabajador más de aquella aldea.
Jesús se reconoce como un “trabajador”, llevando adelante la
misión del Padre celestial[16],
y se refiere a sus discípulos, como los “obreros” de su viña[17].
Luego analizaremos la parábola de los talentos, para
comprender la dimensión social y espiritual del trabajo.
San Pablo, refiriéndose al trabajo, en una de sus epístolas,
expresa: En aquella ocasión les impusimos
esta regla: el que no quiera trabajar,
que no coma. Ahora, sin embargo, nos enteramos de que algunos de ustedes
viven ociosamente, no haciendo nada y entrometiéndose en todo. A estos les
mandamos y los exhortamos en el Señor Jesucristo que trabajen en paz para ganarse su pan[18].
Clara sintonía con las palabras del Antiguo Testamento.
El trabajo en su dimensión social
Mediante esta parábola[19],
Jesús alude a los “talentos” con los que cada ser humano ha sido dotado. Cada
persona, descubriendo su vocación, encuentra en sí misma esas virtudes que lo
caracterizarán frente a los demás. Enseña qua nuestros talentos deben estar al
servicio de los demás, y que de ellos, debemos producir frutos. En el mensaje
se ve como el patrón condena la actitud del siervo perezoso que prefiere
guardar o esconder sus talentos, en lugar de hacerlos fructificar.
Llevada esa escena a nuestras vidas, nos hace meditar sobre
la necesidad de descubrir cuáles son nuestros talentos, y luego, el deber que
tenemos de ponerlos al servicio de los demás. Aquí es donde encontramos el aspecto
social del trabajo. Nuestra actividad está puesta al servicio del otro.
Aplicaciones a nuestra vida
El principal mandamiento del cristiano, es el Amor. La
caridad es el culmen de la vida cristiana. Éste se vive en todas las esferas de
la vida: la propia, la vida familiar, la de amistad, la política, y naturalmente,
la laboral. En el medio de su trabajo, el hombre puede santificarse a sí mismo,
santificar a los demás y el mundo entero.
En efecto, viviendo la caridad se viven todas las virtudes
humanas y sobrenaturales del cristiano, que forman una unidad y que no se
pueden reducir a enumeraciones exhaustivas. La caridad exige que se viva la
justicia, la solidaridad, la responsabilidad familiar y social, la pobreza, la
alegría, la castidad, la amistad... Se ve en seguida que la práctica de estas
virtudes lleva al apostolado, porque al
procurar vivir así en medio del trabajo diario, la conducta cristiana se hace
buen ejemplo, testimonio, ayuda concreta y eficaz; se aprende a seguir las
huellas de Cristo…[20]
La vocación divina nos da una misión, nos invita a
participar en la tarea única de la Iglesia, para ser así testimonio de Cristo
ante nuestros iguales los hombres y llevar todas las cosas hacia Dios. La fe y
la vocación de cristianos afectan a toda nuestra existencia, y no sólo a una
parte. Las relaciones con Dios son necesariamente relaciones de entrega, y
asumen un sentido de totalidad. La actitud del hombre de fe es mirar la vida,
con todas sus dimensiones, desde una perspectiva nueva: la que nos da Dios.
Nuestra vocación humana es parte de vuestra vocación divina.
Esta es la razón por la cual tenemos que santificarnos, contribuyendo al mismo
tiempo a la santificación de los demás, precisamente santificando nuestro
trabajo y ambiente: esa profesión u oficio que llena nuestros días, que da
fisonomía peculiar a nuestra personalidad humana, que es nuestra manera de
estar en el mundo. Sin olvidar, claro está, que también lo son el hogar, la
familia, como la nación en la que nacimos y amamos.
El trabajo acompaña inevitablemente la vida del hombre sobre
la tierra. Con él aparecen el esfuerzo, la fatiga, el cansancio:
manifestaciones del dolor y de la lucha que forman parte de nuestra existencia
humana actual, y que son signos de la realidad del pecado y de la necesidad de
la redención. Pero el trabajo en sí mismo no es una pena, ni una maldición o un
castigo: quienes hablan así no han leído bien la Escritura Santa. Es hora de
que los cristianos digamos muy alto que el trabajo es un don de Dios[21].
¿Qué significa santificar el trabajo entonces?
Significa trabajar según el espíritu de
Jesucristo: trabajar bien, con calidad, de acuerdo con la justicia y respetando
las leyes, con el fin de amar a Dios y servir a los demás. De ese modo se
contribuye a santificar el mundo desde dentro y a hacer presente el Evangelio
en todas las actividades, tanto las que parecen brillantes como las más
humildes y escondidas, porque delante de Dios lo importante no es el éxito
humano, sino el amor que se pone en el trabajo[22].
3 – Algunos temas actuales
En este punto, y sólo a modo de disparador, proponemos que
cada uno de nuestros lectores, repasando los conceptos que hemos desarrollado,
se avoque a la reflexión sobre temas tan importantes y a veces dolorosos, que
surgen en nuestros días, aunque conociendo raíces remotas en las historia de la
humanidad, y que ésta aún no ha desterrado. Éstos afloran hoy, aún con el auge
de los derechos humanos y sus proclamaciones por medio de pactos, tratados,
protocolos, etc. Pasos se han dado, pero aún queda mucho por lograr.
Nos referimos a problemas tales como la escases de fuentes de trabajo. El desempleo no es un simple
problema económico y social. Es mucho
más que eso. Un hombre sin trabajo, es un ser humano mutilado. Hay un aspecto
de su humanidad que permanece inactivo, desorbitado. Ese sujeto se queda trunco
en cuanto al desarrollo de sus capacidades manuales o intelectuales. Además,
obviamente, de perder el sustento del hogar.
Pensemos también en el trabajo
en negro, en donde cientos de miles de trabajadores, sin bien contando con
una fuente de sustento, permanecen en la informalidad, lo que se traduce en
inseguridad, pues nadie la garantiza estabilidad, cobertura social ante
contingencias (enfermedad, accidentes, etc.), no podrá gozar de un descanso
adecuado; mientras que lo que obtenga, muchas veces le servirá sólo para
sobrevivir en ese momento, sin poder planificar y proyectar su vida y la de sus
hijos hacia el futuro.
El trabajo infantil
es un problema grave y serio, pues a lo ya dicho, se suma el hecho de aniquilar
en esos niños poder vivir y gozar plenamente de una etapa tan esencial como la
niñez, la que debería estar sólo destinada al goce de la vida, al aprendizaje,
la nutrición, etc.
El trabajo esclavo
es otro escándalo de nuestros días, en el que son muchas veces los inmigrantes
lo que mayormente padecen estas formas de explotación del hombre por el hombre.
Ni hablar de la explotación
sexual, de la que son víctimas mujeres y niños.
A estos problemas graves y escandalosos, le podemos sumar
otros no menos importantes. Y nos referimos a la situación de aquellos jóvenes
frustrados que, después de haber transitado una carrera universitaria, no
pueden insertarse dignamente en el mercado laboral.
También podemos pensar en aquellos que aun teniendo la
bendición de contar con un buen empleo, son víctima de la competencia extrema
que se viven en distintos ambientes laborales, o a exigencias altísimas por
parte de los directores, gerentes o jefes; o cayendo en un consumismo extremo,
pretenden obtener a toda costa altos niveles de ingresos… Así surgen problemas
como la competencia desleal entre
compañeros y colegas, el estrés y las enfermedades laborales, la falta de
tiempo dedicado a la familia, los hijos y el matrimonio, las faltas de ética en
el ejercicio profesional, la corrupción que aflora no sólo en el ámbito
político, como siempre se piensa, sino también en el empresarial, etc.
La sociedad actual, y principalmente los cristianos, debe
tomar plena conciencia de estos problemas, pero afrontarlos no, insistimos,
desde una mirada estrictamente económica del asunto. Hay seres humanos que
están perdiendo el sentido de la vida, no sólo terrena, sino trascendente. Y en ellos debemos pensar.
La Doctrina Social de la Iglesia ofrece, en este sentido,
muchas luces respecto a la visión que se debe tener del problema, y hacia dónde
deberían dirigirse las soluciones[23].
Sería bueno conocerla y transmitirla a fin de realizar un aporte rico para el
mundo en el que vivimos.
Los creyentes, recordando que hemos sido llamados para ser sal de la tierra y luz del mundo, debemos asumir estos desafíos. Que la imaginación
nos ayude para encontrar los caminos.
4 – Palabras finales
Como palabras finales de nuestro desarrollo, creemos
oportuno citar las siguientes enseñanzas de la doctrina social de la Iglesia,
que resumen a nuestro entender, parte de lo que hemos querido transmitir con
este trabajo:
Con el trabajo y la laboriosidad, el hombre, partícipe del
arte y de la sabiduría divina, embellece la creación, el cosmos ya ordenado por
el Padre; suscita las energías sociales y comunitarias que alimentan el bien
común, en beneficio sobre todo de los más necesitados. El trabajo humano,
orientado hacia la caridad, se convierte en medio de contemplación, se
transforma en oración devota, en vigilante ascesis y en anhelante esperanza del
día que no tiene ocaso.
«En esta visión superior, el trabajo, castigo y al mismo
tiempo premio de la actividad humana, comporta otra relación, esencialmente
religiosa, que ha expresado felizmente la fórmula benedictina: ¡Ora et labora!
El hecho religioso confiere al trabajo humano una espiritualidad animadora y
redentora. Este parentesco entre trabajo y religión refleja la alianza
misteriosa, pero real, que media entre el actuar humano y el providencial de
Dios»[24].
[1]
Abogado. Docente, actualmente titular de Ética
profesional y legislación bioquímica de la carrera de Lic. en bioquímica de
la Fac. de Alimentos, Bioq., y Farmacéuticas, de la Univ. Católica de Cuyo. Ha
integrado otras cátedras e institutos referentes a la materia en la misma casa
de estudios. Actualmente, diplomándose en Antropología
Cristiana por la Universidad de FASTA.
[2] San
Josemaría, Conversaciones: La Universidad al servicio de la sociedad
actual, Cap 6, n° 74 y 75. Disponible en www.escrivaobras.org
[3]
Pons de Villanueva, José Félix, Repensar
el trabajo, en Catholic.net. Cita web: www.es.catholic.net
[4]
Juan Pablo II, Carta encíclica Laborem
exercens, n. 5. Disponible en http://www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/encyclicals/documents/hf_jp-ii_enc_14091981_laborem-exercens_sp.html
[5]
Sada, Ricardo, Curso de Ética general y
aplicada, p. 177.
[6] Sada, Ricardo, Curso de Ética general y aplicada, p.
179.
[7]
Juan Pablo II, op. cit., n. 9.
[8] Peinador
Navarro, Antonio, Tratado de moral
profesional, p. 1/2.
[9] Debeljuh,
Patricia, El desafío de la ética, p.
43.
[10] Muchos
Códigos de Ética de Ética profesional aluden a que la satisfacción moral del
servicio prestado debe primar sobre el beneficio personal.
[11]
Gn, 3, 17-19
[12] Gn
2, 15-17
[13]
Sal 128, 1-3
[14]
Si 7, 15.
[15]
San Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa,
“En el taller de José”, Cap. 5, num. 40.
[16]
Cfr. Jn 5, 17.
[17]
Cfr. Mt 9, 37-38)
[18] 2
Ts, 3, 10-12
[19]
Léase Mt 25, 14-30
[20]
San Josemaría Escrivá, Conversaciones,
“El Opus Dei: Una institución que promueve la búsqueda de la santidad en el
mundo”, Cap. 5, num. 62.
[21]
Extractos de san Josemaría Escrivá en Es
Cristo que pasa, “En el taller de José”, Cap. 5, de recomendable lectura.
Disponible en http://www.escrivaobras.org/book/es_cristo_que_pasa-capitulo-5.htm
[23]
Véase PONTIFICIO CONSEJO « JUSTICIA Y PAZ », Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, Capítulo VI, “El
trabajo humano”. Disponible en:
http://www.vatican.va/roman_curia/pontifical_councils/justpeace/documents/rc_pc_justpeace_doc_20060526_compendio-dott-soc_sp.html#Jesús
hombre del trabajo
[24]
Compendio DSI, n. 266.
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