miércoles, 23 de abril de 2014

Reflexiones a 30 años de la recuperación democrática (a la luz de la Doctrina Social de la Iglesia)



«Una auténtica democracia es posible solamente en un Estado de derecho y sobre la base de una auténtica concepción de la persona humana» (Juan Pablo II)[1]


Por Germán Eduardo Grosso Molina



Nota: El presente trabajo responde a un borrador elaborado por el autor en el marco de la conmemoración de los 30 años de democracia, desarrollado en diciembre de 2013, en el ámbito de la Comisión de Justicia y Paz del Arzobispado de San Juan.

Introducción

En el marco de las celebraciones que se vienen desarrollando este año en diferentes ámbitos,  en el que se cumplen 30 años de democracia ininterrumpidos, desde su recuperación en 1983, tras la salida de lo que denominó el “Proceso de Reorganización Nacional” (instalado a partir del Golpe de Estado de 1976 en la Argentina), humildemente comparto una serie de reflexiones sobre este acontecimiento, las que se desarrollarán en el presente documento a la luz de la Doctrina Social de la Iglesia; las que se dirigen no sólo hacia los fieles de nuestra Iglesia católica, sino a toda la sociedad en general.
La providencia divina ha previsto que esta celebración coincida con el arribo a la cátedra de san Pedro del Ex - Cardenal Jorge Bergoglio (Ex Arzobispo de Buenos Aires y Ex Presidente de la Conferencia Episcopal Argentina), quien bajo el nombre de “Francisco” ha asumido como Obispo de Roma, y como tal, Pastor de la Iglesia Universal, siendo el primer Papa latinoamericano de la historia del Pueblo de Dios, y el que ha inyectado, a partir de su estilo austero, humilde y carismático, una gran dosis de optimismo y renovación en el mundo entero, no sólo católico. La reciente edición de la Jornada Mundial de la Juventud realizada en el mes de Junio en Río de Janeiro, Brasil, ha sido una prueba evidente de ello, y de cómo el soplo del Espíritu Santo está plenamente presente en los tiempos actuales. Seguir sus mociones es el reto a superar.



Esta circunstancia nos permite reflexionar sobre la historia reciente de la democracia argentina y sobre su futuro próximo de una manera más clara y nítida, pero a la vez nos obliga a que la misma se realice con mayor responsabilidad y compromiso social.
Y siendo la democracia el tema central de nuestro estudio, primeramente debemos tener claro que toda forma de organización política y social debe centrar su mirada en la realización del bien común, respetando la dignidad de toda persona humana (eje y centro de la vida social, la política y el derecho)[2]. A su vez, es fundamental que las energías consumidas en ese afán tengan, como otro marco de referencia, una preocupación especial por los más pobres y excluidos de la sociedad[3]. Una democracia que descuide a sus miembros más débiles se degeneraría como tal y perdería su razón de ser[4].
No podemos nunca olvidar que Esta es la tarea esencial de la evangelización, que incluye la opción preferencial por los pobres, la promoción humana integral y la auténtica liberación cristiana[5].
En tal sentido, podemos citar las sabias reflexiones del Papa Juan Pablo II, gran ejecutor de los “programas” plasmados ya en el Concilio Vaticano II, quien en cierta oportunidad, enseñaba que toda democracia:
…antes aún de plasmarse en una organización política concreta, es una opción fundamentalmente ética en favor de la dignidad de la persona, con sus derechos y libertades, sus deberes y responsabilidades, en la cual encuentra sustento y legitimidad toda forma de convivencia humana y de estructuración social. La Iglesia, que no posee una fórmula propia de constitución política para las naciones, ni pretende imponer determinados criterios de gobierno, encuentra aquí el ámbito específico de su misión de iluminar desde la fe la realidad social en que está inmersa.
En efecto, la Iglesia enseña que las estructuras político-jurídicas han de dar «a todos los ciudadanos, cada vez mejor y sin discriminación alguna la posibilidad efectiva de participar libre y activamente en el establecimiento de los fundamentos jurídicos de la comunidad política, en el gobierno del Estado, en la determinación de los campos y límites de las diferentes instituciones y en la elección de los gobernantes» (Conc. ecum. Vat. II, const. past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 75), lo cual comporta para los mismos ciudadanos «el derecho y el deber de utilizar su sufragio libre para promover el bien común» (Conc. ecum. Vat. II const. past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 75). Para ello es necesario que cada persona tenga no sólo derecho a pensar y propagar sus ideas, y a asociarse con libertad para la acción política, sino que tenga también derecho a vivir según su conciencia rectamente formada, sin perjudicar a los demás ni a uno mismo, y todo esto en virtud de la plena dignidad de la persona humana[6].
La “igualdad” y la “libertad”, han sido los postulados supremos de cualquier sistema “democrático”, ya desde la época clásica. Sin embargo fue el último siglo el que ha podido aportar un gran legado para el porvenir de la humanidad: el respeto ineludible de los derechos humanos fundamentales[7], aunque bien a un altísimo costo (pues previa a las Declaraciones internacionales de DD.HH., se debieron superar 2 guerras mundiales, el “holocausto”, la guerra fría, etc.). Por eso la democracia de hoy no se entiende si no es vinculada con el respeto por los derechos humanos. Sin embargo darles a éstos un sólido fundamento ético y antropológico[8] es el desafío para evitar su manipulación por ideologías e intereses políticos y económicos sectarios[9].
Claro lo dicho, y conforme a estas breves consideraciones previas, se analizarán a continuación diferentes aspectos relativos a la conmemoración que en este año celebramos, como un humilde aporte para el momento histórico que celebramos.