
«Una auténtica
democracia es posible solamente en un Estado de derecho y sobre la base de una
auténtica concepción de la persona humana» (Juan Pablo II)[1]
Por Germán Eduardo Grosso Molina
Nota: El presente trabajo responde a un borrador elaborado por el autor en el marco de la conmemoración de los 30 años de democracia, desarrollado en diciembre de 2013, en el ámbito de la Comisión de Justicia y Paz del Arzobispado de San Juan.
Introducción
En el marco de las celebraciones que se vienen desarrollando
este año en diferentes ámbitos, en el
que se cumplen 30 años de democracia
ininterrumpidos, desde su recuperación en 1983, tras la salida de lo que
denominó el “Proceso de Reorganización Nacional” (instalado a partir del Golpe
de Estado de 1976 en la Argentina), humildemente comparto una serie de
reflexiones sobre este acontecimiento, las que se desarrollarán en el presente
documento a la luz de la Doctrina Social de la Iglesia; las que se dirigen no
sólo hacia los fieles de nuestra Iglesia católica, sino a toda la sociedad en
general.
La providencia divina ha previsto que esta celebración
coincida con el arribo a la cátedra de san Pedro del Ex - Cardenal Jorge
Bergoglio (Ex Arzobispo de Buenos Aires y Ex Presidente de la Conferencia
Episcopal Argentina), quien bajo el nombre de “Francisco” ha asumido como
Obispo de Roma, y como tal, Pastor de la Iglesia Universal, siendo el primer
Papa latinoamericano de la historia del Pueblo de Dios, y el que ha inyectado,
a partir de su estilo austero, humilde y carismático, una gran dosis de
optimismo y renovación en el mundo entero, no sólo católico. La reciente
edición de la Jornada Mundial de la Juventud realizada en el mes de Junio en
Río de Janeiro, Brasil, ha sido una prueba evidente de ello, y de cómo el soplo
del Espíritu Santo está plenamente presente en los tiempos actuales. Seguir sus
mociones es el reto a superar.
Esta circunstancia nos permite reflexionar sobre la historia
reciente de la democracia argentina y sobre su futuro próximo de una manera más
clara y nítida, pero a la vez nos obliga a que la misma se realice con mayor
responsabilidad y compromiso social.
Y siendo la democracia el tema central de nuestro estudio,
primeramente debemos tener claro que toda forma de organización política y
social debe centrar su mirada en la realización del bien común, respetando la
dignidad de toda persona humana (eje y centro de la vida social, la política y
el derecho)[2]. A
su vez, es fundamental que las energías consumidas en ese afán tengan, como
otro marco de referencia, una preocupación especial por los más pobres y
excluidos de la sociedad[3].
Una democracia que descuide a sus miembros más débiles se degeneraría como tal
y perdería su razón de ser[4].
No podemos nunca olvidar que Esta es la tarea esencial de la evangelización, que incluye la opción
preferencial por los pobres, la promoción humana integral y la auténtica
liberación cristiana[5].
En tal sentido, podemos citar las sabias reflexiones del
Papa Juan Pablo II, gran ejecutor de los “programas” plasmados ya en el
Concilio Vaticano II, quien en cierta oportunidad, enseñaba que toda
democracia:
…antes aún de plasmarse en una organización política
concreta, es una opción fundamentalmente ética en favor de la dignidad de la
persona, con sus derechos y libertades, sus deberes y responsabilidades, en la
cual encuentra sustento y legitimidad toda forma de convivencia humana y de
estructuración social. La Iglesia, que no posee una fórmula propia de
constitución política para las naciones, ni pretende imponer determinados
criterios de gobierno, encuentra aquí el ámbito específico de su misión de
iluminar desde la fe la realidad social en que está inmersa.
En efecto, la Iglesia enseña que las estructuras
político-jurídicas han de dar «a todos los ciudadanos, cada vez mejor y sin
discriminación alguna la posibilidad efectiva de participar libre y activamente
en el establecimiento de los fundamentos jurídicos de la comunidad política, en
el gobierno del Estado, en la determinación de los campos y límites de las
diferentes instituciones y en la elección de los gobernantes» (Conc. ecum. Vat.
II, const. past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 75), lo
cual comporta para los mismos ciudadanos «el derecho y el deber de utilizar su
sufragio libre para promover el bien común» (Conc. ecum. Vat. II const. past.
Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 75). Para ello es
necesario que cada persona tenga no sólo derecho a pensar y propagar sus ideas,
y a asociarse con libertad para la acción política, sino que tenga también
derecho a vivir según su conciencia rectamente formada, sin perjudicar a los
demás ni a uno mismo, y todo esto en virtud de la plena dignidad de la persona
humana[6].
La “igualdad” y la “libertad”, han sido los postulados
supremos de cualquier sistema “democrático”, ya desde la época clásica. Sin
embargo fue el último siglo el que ha podido aportar un gran legado para el
porvenir de la humanidad: el respeto
ineludible de los derechos humanos fundamentales[7],
aunque bien a un altísimo costo (pues previa a las Declaraciones
internacionales de DD.HH., se debieron superar 2 guerras mundiales, el
“holocausto”, la guerra fría, etc.). Por eso la democracia de hoy no se
entiende si no es vinculada con el respeto por los derechos humanos. Sin
embargo darles a éstos un sólido fundamento ético y antropológico[8]
es el desafío para evitar su manipulación por ideologías e intereses políticos
y económicos sectarios[9].
Claro lo dicho, y conforme a estas breves consideraciones
previas, se analizarán a continuación diferentes aspectos relativos a la
conmemoración que en este año celebramos, como un humilde aporte para el
momento histórico que celebramos.
Recuperación democrática
En primer lugar resulta conveniente recordar el esfuerzo llevado adelante por todos aquellos que desde diferentes lugares, volcaron su lucha, incluso arriesgando sus propias vidas, para obtener la recuperación democrática.
Fueron muchos los dirigentes políticos y sociales que no
desistieron nunca en su afán de lograr el retorno de la democracia y el fin de
la dictadura militar, incluyendo en muchos casos las denuncias relativas a las
violaciones de los derechos humanos por parte del Gobierno de Facto.
Recordar y homenajear a todos aquellos hombres y mujeres que
lucharon por ello, resulta conveniente y justo.
En este sentido, es bueno recordar lo que la Iglesia
argentina, en la voz de sus pastores, anunciaba en épocas donde la situación
dramática que vivía el País era sumamente angustiante, a la luz de la lucha
violenta desatada entre grupos extremos irreconciliables en ese entonces. El
terrorismo de Estado por un lado, y la guerrilla violenta por el otro,
enlutaron el País durante aquellos trágicos años comprendidos entre finales de
la década del ’60, y toda la del ´70. En este sentido, el documento de los
Obispos Argentinos “Iglesia y Comunidad Nacional”, de mayo de 1981 (cuya
lectura recomendamos), claramente expresaba:
El mal de la violencia no es extraño a nuestra historia.
Se hizo presente en diversas épocas políticas, pero nunca en forma tan
destructora e inhumana como en estos últimos años.
La violencia
guerrillera enlutó a la patria. Son demasiadas las heridas infligidas por
ella y sus consecuencias aún perduran en el cuerpo de la Nación…
Distorsiones ideológicas, principalmente las de origen
marxista, desigualdades sociales, economías afligentes, atropellos a la
dignidad humana, serán siempre, en cualquier parte del mundo, caldo de cultivo para
extremismos, luchas y violencias.
También se debe discernir entre la justificación de la
lucha contra la guerrilla, y la de los métodos empleados en esa lucha. La represión ilegítima también enlutó a la
patria. Si bien en caso de emergencia pueden verse restringidos los
derechos humanos, éstos jamás caducan y es misión de la autoridad, reconociendo
el fundamento de todo derecho, no escatimar esfuerzos para devolverles la plena
vigencia.
No es confiando en que el tiempo trae el olvido y el
remedio de los males como podemos pensar y realizar ya el destino y el futuro
de nuestra patria…
Porque se ha ce
urgente la reconciliación argentina, queremos afirmar que ella se edifica sólo
sobre la verdad, la justicia y al libertad, impregnadas en la misericordia y en
el amor…[10]
Asimismo, en aquella oportunidad, se sostuvo que es claro que la reconciliación de los argentinos era necesaria, y que ello se lograría sólo a través de la consolidación del estado de derecho, dentro de una República federal y representativa, como lo proyectaron los constituyentes de 1853-60.
El problema a superar en ese entonces era la grave crisis de
autoridad y del estado de derecho, porque se percibía que no existía voluntad
de someterse al imperio de la ley justa y de la autoridad legítimamente
constituida. Se había olvidado que el acatamiento que se debe a la ley, obliga
por igual a todos, a quienes poseen la fuerza política, económica, militar,
social, como a los que nada poseen[11].
Es importante entonces hoy, cuando la continuidad
democrática se viene sosteniendo ya por tres décadas, no caer nuevamente en
aquellos errores y permitir los mismos males.
Es también necesario no olvidar a los héroes de Malvinas que
intervinieron en el conflicto bélico del Atlántico Sur, arriesgando y
entregando su vida por la Patria, suceso sin dudas estrechamente vinculado a ese
período de nuestra historia, ya que fue claro que después de ese suceso se produjo
el desenlace necesario para lograr la recuperación democrática en 1983.
Recordar y tener claros aquellos hechos resulta, a nuestro
modo de ver, imprescindible para postular en la actualidad un compromiso férreo
y profundo con el sistema democrático de Gobierno, sustentado en los principios
republicanos y federales por los que nuestra organización política, plasmada en
la Constitución Nacional, optó desde 1853-60 a la fecha.
30 años de vida democrática
Una vez obtenida la recuperación democrática de Gobierno,
han transcurrido ya 30 años. En efecto, la historia de nuestro país nos muestra
cómo desde el Golpe de Estado de 1930, la continuidad democrática se vio
permanentemente amenazada e interrumpida mediante sucesivos golpes de estado contra
diferentes gobiernos elegidos popularmente, perpetrados siempre por fuerzas
militares, pero apoyados por diferentes sectores civiles y políticos.
Sin embargo, desde 1983 no sólo se ha logrado la continuidad
democrática, sino que claramente se han superado épocas y momentos de agudas
crisis económicas, sociales, políticas e institucionales, sin romperla ni
quebrantarla.
Tal vez el momento más difícil de superar fue la crisis de los
años 2001 y 2002, cuando la situación
general del País fue realmente grave y triste. En aquel entonces fue
significativo lo que se logró a través del denominado “Diálogo Argentino”, desde
el cual se generó un marco de encuentro de los diferentes sectores sociales,
políticos, civiles y religiosos del País, en el que se comprometieron a
encontrar las soluciones necesarias a aquella situación, siempre dentro del
diálogo fraterno y responsable, para poner fin a lo que en ese momento era una
situación de cuasi-anarquía. La Iglesia argentina tuvo, en esos momentos, sin
dudas un rol protagónico importantísimo ya que fue desde su seno desde el que
surgió la necesidad de generar un marco de encuentro ciudadano que las
circunstancias ameritaban[12].
Han sido 30 años con aciertos y errores, pero en los que los
argentinos hemos ido tomando conciencia, cada vez más, de la importancia del
sistema democrático como garantía de nuestras libertades y derechos
individuales y sociales.
Las deudas y materias “pendientes” de nuestra “democracia”
nos deben llevar a luchar solidaria y responsablemente entre todos los sectores
e individuos que conformamos esta Nación y cada Provincia particular, por la
consecución del bien común y la justicia social, a través del diálogo fraterno
y constante, pero nunca a renegar de nuestras instituciones y mucho menos, de
la democracia como forma de organización social. El fortalecimiento de sus
instituciones es la única vía para superar conflictos y sanear aquellas deudas que
aún se encuentran sin saldar.
La democracia: sus pilares y valores fundamentales
Siendo evidente entonces que ha existido un cierto progreso
democrático, lo que se demuestra en virtud de los diversos procesos electorales
que ha atravesado el País en estos 30 años, sin embargo se debe estar alerta
para que no se produzca el avance de diversas formas de regresión autoritaria
aún por vía democrática, como se ha observado en diferentes regímenes de corte
neopopulista existentes en el continente[13]. Pues no basta una democracia puramente
formal, pero vacía de contenido y vivencia social, sino que es necesaria una
democracia participativa y basada en la promoción y respeto de los derechos
humanos. Una democracia sin valores, como
los mencionados, se vuelve fácilmente una dictadura y termina traicionando al
pueblo[14],
y entre esos valores fundamentales para toda organización social, podemos
mencionar: la verdad, la libertad, la
justicia y la caridad[15].
Una auténtica democracia no puede desentenderse, ni mucho
menos “violar”, derechos fundamentales, especialmente el “derecho a la vida” en
todas las fases de la existencia (desde la concepción hasta su muerte natural);
los derechos de la familia, como comunidad social básica; la justicia en las
relaciones laborales; los derechos concernientes a la vida de la comunidad
política en cuanto tal, así como los basados en la vocación trascendente del
ser humano, empezando por el derecho a la libertad de profesar y practicar el
propio credo religioso[16].
Al respecto, Juan Pablo II al respecto decía:
Una auténtica democracia es posible solamente en un Estado
de derecho y sobre la base de una recta concepción de la persona humana.
Requiere que se den las condiciones necesarias para la promoción de las
personas concretas, mediante la educación y la formación en los verdaderos
ideales, así como de la «subjetividad» de la sociedad mediante la creación de
estructuras de participación y de corresponsabilidad… Una democracia sin
valores se convierte con facilidad en un totalitarismo visible o encubierto,
como demuestra la historia[17].
Las estructuras justas son condición indispensable para que
una sociedad sea efectivamente “justa”,
pero no nacen ni funcionan sin un consenso moral de la sociedad sobre los
valores fundamentales y sobre la necesidad de vivir estos valores con las
necesarias renuncias, incluso contra el interés personal[18].
En este sentido, la participación y el compromiso ciudadano de cada
individuo es indispensable, y por eso se debe alentar constantemente en todos
los sujetos el paso de habitantes a
ciudadanos responsables[19].
El habitante es aquel que hace uso de la Nación, busca
beneficios y sólo exige derechos, mientras que el ciudadano es el que construye
la Nación, porque además de exigir sus derechos, cumple sus deberes como tal.
En este punto recordemos que los Obispos latinoamericanos,
reunidos en Aparecida en 2007, reflexionaron diciendo que En amplios sectores de la población, y especialmente entre los jóvenes,
crece el desencanto por la política y particularmente por la democracia, pues
las promesas de una vida mejor y más justa no se cumplieron o se cumplieron
sólo a medias. En este sentido, se olvida que la democracia y la participación
política son fruto de la formación que se hace realidad solamente cuando los
ciudadanos son conscientes de sus derechos fundamentales y de sus deberes
correspondientes[20].
En nuestro país hoy por hoy, y más allá del logro de la
continuidad democrática y ciertos avances a los que ya aludimos, se aprecia que
aún existe una carencia importante de participación de la ciudadanía como
agente de transformación de la vida social, económica y política. Si bien se ha
perdido el temor a la defensa de nuestros derechos, la participación ciudadana va
mucho más allá que eso[21],
pues comprende involucrarnos, desde diferentes ámbitos de participación, en el
destino común como comunidad, Municipio, Provincia o Nación, pues el verdadero
ciudadano intenta cumplir todos los deberes derivados de la vida en sociedad[22].
Esa participación se debe lograr no sólo a través de la vida
política partidaria, sino también a través de diferentes ámbitos
participativos, tales como las organizaciones intermedias (Sindicatos, Consejos
Profesionales, Uniones Vecinales, ONG´S con fines de bien común, etc.)[23].
Es entonces imprescindible fortalecer las instituciones
republicanas, el Estado y las organizaciones de la sociedad[24].
La calidad de vida de las personas está fuertemente vinculada a la salud de las
instituciones de la Constitución, cuyo deficiente funcionamiento produce un
alto costo social. Para ello, y tal Como lo aseguraron nuestros Obispos:
Se debe asegurar también
la independencia del poder judicial respecto del poder político y la plena
vigencia de la división de los poderes republicanos en el seno de la
democracia. La calidad institucional es el camino más seguro para lograr la
inclusión social. Asimismo, debemos fortalecer a las organizaciones de la
sociedad[25].
En relación a la administración de Justicia, y a las
cualidades que debe reunir cualquier magistrado, en razón de la noble función
que cumple, el Papa Francisco se refirió a las virtudes que los deben iluminar,
al decir: A este respecto, es de gran
utilidad tener siempre presentes los bellos ideales de ecuanimidad,
imparcialidad y nobles miras que caracterizaron a los grandes magistrados que
han pasado a la historia de la humanidad por la rectitud de su conciencia, los
conspicuos valores que los distinguían y la irreprochabilidad con que llevaron
a cabo su servicio al pueblo[26].
En este punto se observa que aún no existen procedimientos
transparentes en la selección y designación de magistrados para cubrir vacantes
en el Poder Judicial. Los criterios de formación técnica y académica, como la
trayectoria ética y profesional, no son siempre los más considerados por
quienes tienen la potestad tanto de promover los candidatos, como es el caso de
los Consejos de la Magistratura (Nacional o Provincial), como de designarlos
(Poderes Ejecutivo y Legislativo, respectivamente, según el orden Nacional o
Provincial).
Por otra parte, es también imperioso dar pasos para afianzar
la orgánica vitalidad de los diversos partidos y para formar nuevos dirigentes,
reconociendo que las estructuras nuevas no producirán cambios significativos y
estables sin dirigentes renovados, forjados en el aprecio y el ejercicio
constante de los valores sociales. Es imprescindible lograr que toda la
ciudadanía tenga mayor participación en la solución de los problemas, superando
el recurso al reclamo esporádico y agresivo, para que se puedan encauzar
propuestas más creativas y permanentes[27].
De este modo construiremos una democracia
no sólo formal, sino real y participativa[28].
Se debe superar la idea de identificar democracia con acto o
sistema electoral. La democracia es mucho más que la posibilidad de votar y
elegir gobernantes. Es participación activa, constante y responsable, lo que a
veces implica para el ciudadano, sacrificar momentos y hasta trabajo
profesional, al servicio del bien común[29].
Debemos estar seguros de que una de las bases para lograr un
verdadero diálogo ciudadano, es intensificar y defender la democracia
representativa y participativa como el único camino hacia el afianzamiento de
nuestra nación y a la participación civil y ciudadana como la mejor forma de
aportar a esa democracia.
Diálogo continuo
Otras de las bases fundamentales para la consolidación
democrática, es sin dudas el “diálogo” continuo y responsable entre todos los
sectores políticos y sociales, a fin de encontrar soluciones a los problemas
fundamentales.
El que acepta este camino amplía sus perspectivas, pues gracias
a la opinión constructiva del otro, se descubren siempre nuevos aspectos y
dimensiones de la realidad, que nunca se podrán dilucidar en medio del
aislamiento, la obstinación, el rencor y la soberbia.
Toda democracia padece momentos de conflictividad, y es en
esas situaciones complejas, cuando alimentar la confrontación puede parecer el
camino más fácil, sin embargo el modo más sabio y oportuno de prevenirlas y
abordarlas es procurar consensos a través del diálogo fraterno[30].
En este sentido, el Papa Francisco nos ha dicho
recientemente:
Entre la indiferencia egoísta y la protesta violenta,
siempre hay una opción posible: el diálogo. El diálogo entre las generaciones,
el diálogo en el pueblo, porque todos somos pueblo, la capacidad de dar y
recibir, permaneciendo abiertos a la verdad. Un país crece cuando sus diversas
riquezas culturales dialogan de manera constructiva: la cultura popular, la
universitaria, la juvenil, la artística, la tecnológica, la cultura económica,
la cultura de la familia y de los medios de comunicación, cuando dialogan. Es
imposible imaginar un futuro para la sociedad sin una incisiva contribución de
energías morales en una democracia que se quede encerrada en la pura lógica o
en el mero equilibrio de la representación de intereses establecidos.
Luego, concluía: la
única manera de que la vida de los pueblos avance, es la cultura del encuentro,
una cultura en la que todo el mundo tiene algo bueno que aportar, y todos
pueden recibir algo bueno en cambio. El otro siempre tiene algo que darme
cuando sabemos acercarnos a él con actitud abierta y disponible, sin prejuicios[31].
La pobreza y la exclusión social
Luego de haber atravesado períodos difíciles en la
Argentina, en muchos casos por la aplicación de ajustes estructurales en la
economía, recomendados por organismos financieros internacionales, es sumamente
necesario aplicar políticas públicas en los campos de la salud, educación,
seguridad alimentaria, previsión social, acceso a la tierra y a la vivienda,
promoción eficaz de la economía para la creación de empleos y leyes que
favorecen las organizaciones solidarias.
En efecto, todo ello se funda en que no puede haber democracia verdadera y estable sin justicia social, sin
división real de poderes y sin la vigencia del Estado de derecho[32].
Actualmente se observan avances en tal sentido, habiéndose
superado índices de pobreza, mortalidad infantil, analfabetismo, desnutrición,
etc. Sin embargo deben proponerse políticas públicas que tiendan a mantener
subsistentes en el tiempo tales tendencias de desarrollo humano y social, pero
sin necesidad del “asistencialismo” permanente y constante por parte del
Estado. En tal sentido, la Doctrina Social de la Iglesia ha pregonado desde
siempre, en virtud del principio de “subsidiariedad”[33],
la necesidad de llevar a delante políticas que tiendan a generar las
condiciones sociales y económicas que permitan el desarrollo de la población
sin necesidad del aporte estatal, lo que se logra permitiendo el desarrollo de
actividades productivas, industriales y de servicios, proporcionando puestos de
trabajo genuino, alcanzando un desarrollo sostenible[34].
El asistencialismo, cuando se prolonga en el tiempo sin
desarrollo sostenible, es empleado no pocas veces, como instrumento de
sumisión, cuando no de “chantaje” o, como se lo ha denominado “clientelismo”[35].
La asistencia del Estado es no sólo buena, sino necesaria,
en momentos de dificultades y crisis, en dónde es éste quien debe paliar las
situaciones dramáticas que atraviesa la población en general, y lo sectores
marginales en particular[36].
Pero luego, han de promoverse políticas de desarrollo que permitan,
progresivamente, ir prescindiendo de la ayuda y la asistencia social.
Todo ello por cuanto entendemos que la democracia no puede
ser entendida si no es como un sistema de organización política y social basado
en la justicia social y en el cual, la lucha contra la pobreza y la exclusión
social, deben ser los principales objetivos a cumplir.
Francisco, recientemente, ha reflexionado sobre la justicia
social y los desafíos de las actuales democracias, exhortando no sólo a las
clases dirigentes, sino a todos los que como ciudadanos formamos parte de la
sociedad, a que no nos cansemos de
trabajar por un mundo más justo y más solidario. Agregaba: Nadie puede permanecer indiferente ante las
desigualdades que aún existen en el mundo. Que cada uno, según sus
posibilidades y responsabilidades, ofrezca su contribución para poner fin a
tantas injusticias sociales. No es, no es la cultura del egoísmo, del
individualismo, que muchas veces regula nuestra sociedad, la que construye y
lleva a un mundo más habitable; no es ésta, sino la cultura de la solidaridad;
la cultura de la solidaridad no es ver en el otro un competidor o un número,
sino un hermano. Y todos nosotros somos hermanos.
Y culminaba diciendo: Ningún
esfuerzo de «pacificación» será duradero, ni habrá armonía y felicidad para una
sociedad que ignora, que margina y abandona en la periferia una parte de sí
misma. Una sociedad así, simplemente se empobrece a sí misma; más aún, pierde
algo que es esencial para ella. No dejemos, no dejemos entrar en nuestro
corazón la cultura del descarte. No dejemos entrar en nuestro corazón la
cultura del descarte[37].
El flagelo del “narcotráfico”
Analizando los desafíos y retos que la situación actual nos
plantea, no podemos dejar de mencionar el flagelo del “narcotráfico”, el cual,
lamentablemente, se ha ido instalando en nuestro País y hoy se ha transformado
en una realidad verdaderamente angustiante y peligrosa.
Recientemente, los Obispos argentinos acaban de expresar,
entre otras consideraciones, que esta
situación de desborde se ha llegado con la complicidad y la corrupción de
algunos dirigentes. La sociedad a menudo sospecha que miembros de fuerzas de
seguridad, funcionarios de la justicia y políticos colaboran con los grupos
mafiosos. Esta realidad debilita la confianza y desanima las expectativas de cambio.
Pero también es funcional y cómplice quien pudiendo hacer algo se desentiende,
se lava las manos y “mira para otro lado”[38].
Esta situación evidentemente urge que sea atendida y
solucionada; pero en lo que a la democracia
atañe, debemos tomar conciencia que debe resultar intolerable cualquier
situación de complicidad por parte de quienes tienen en sus manos el manejo de
la cosa pública, con los “traficantes de la muerte”.
Al momento de analizar cualquier tipo de plataforma política
o propuesta electoral, es fundamental de ahora en más, que el ciudadano analice
las posturas, propuestas y programas concretos que cada partido, fuerza o
dirigente político mantenga, frente a este drama, lamentablemente ya enquistado
en nuestro país.
Y demás estaría decir al respecto que todo intento de
legalización y despenalización resulta, a todas luces, reprochable desde todo
punto de vista. Muy claro fue el Papa Francisco en su visita a Brasil en su
encuentro con una comunidad de jóvenes en recuperación de su adicción a las drogas,
cuando dijo:
Hay muchas situaciones en Brasil, en el mundo, que
necesitan atención, cuidado, amor, como la lucha contra la dependencia química.
Sin embargo, lo que prevalece con frecuencia en nuestra sociedad es el egoísmo.
¡Cuántos «mercaderes de muerte» que siguen la lógica del poder y el dinero a
toda costa! La plaga del narcotráfico, que favorece la violencia y siembra
dolor y muerte, requiere un acto de valor de toda la sociedad. No es la
liberalización del consumo de drogas, como se está discutiendo en varias partes
de América Latina, lo que podrá reducir la propagación y la influencia de la
dependencia química. Es preciso afrontar los problemas que están a la base de
su uso, promoviendo una mayor justicia, educando a los jóvenes en los valores
que construyen la vida común, acompañando a los necesitados y dando esperanza
en el futuro. Todos tenemos necesidad de mirar al otro con los ojos de amor de
Cristo, aprender a abrazar a aquellos que están en necesidad, para expresar
cercanía, afecto, amor[39].
La Doctrina Social de la Iglesia: una luz para el camino
Para afrontar estos retos, es importante saber que a través
de su magisterio, la Iglesia se ha ido expresando en lo referente a la vida
social y política, desarrollando lo que se ha denominado la Doctrina Social de la Iglesia, que no es
más que la mirada que la misma mantiene respecto a los fenómenos sociales,
políticos y económicos de la vida en comunidad, a partir de la recta razón y la
ley natural[40], iluminadas
a su vez por el Evangelio de Jesucristo[41].
En efecto, La fe y la razón constituyen
las dos vías cognoscitivas de la doctrina social, siendo dos las fuentes de las
que se nutre: la Revelación y la naturaleza humana[42].
Por ello es que resulta tarea primordial de todo laico, dar
a conocer esta mirada no sólo al resto de los fieles de la Iglesia, sino a
todos aquellos integrantes de la sociedad dispuestos a dialogar y recibir una
opinión sustentada en principios racionales. El Papa Benedicto XVI así lo
expresaba:
En este esfuerzo por conocer el mensaje de Cristo y
hacerlo guía de la propia vida, hay que recordar que la evangelización ha ido
unida siempre a la promoción humana y a la auténtica liberación cristiana.
“Amor a Dios y amor al prójimo se funden entre sí: en el más humilde
encontramos a Jesús mismo y en Jesús encontramos a Dios” (Deus caritas est,
15). Por lo mismo, será también necesaria una catequesis social y una adecuada
formación en la doctrina social de la Iglesia, siendo muy útil para ello el
Compendio de la doctrina social de la Iglesia. La vida cristiana no se expresa
solamente en las virtudes personales, sino también en las virtudes sociales y
políticas[43].
Así también lo han expresado los Obispos argentinos, al
decir: Participar activamente en la construcción
del bien común en nuestra Patria es hoy una necesidad impostergable. Para
caminar en esta dirección, se requiere el conocimiento y la difusión de la
Doctrina Social de la Iglesia, inculturada en las nuevas circunstancias
históricas del país, como uno de los elementos constitutivos de la Nueva
Evangelización[44].
Colofón
30 años de Democracia ininterrumpida sin dudas es motivo de
alegría, pero también de reflexión sobre las cuestiones pendientes, y sobre el
rol que, como cristianos, llamados a ser “sal de la tierra” y “luz del mundo”,
nos toca cumplir.
En democracia, cada uno de nosotros, como ciudadanos, somos
los artífices del destino común[45].
Procurar el bien común y la justicia social es responsabilidad de todos. Para
ello consolidar el Estado de Derecho y cada una de las instituciones
republicanas, es prioritario.
Cada ciudadano podrá, a través de las virtudes humanas,
efectuar su aporte, lo cual no es sólo un derecho, sino más bien un deber.
Pero además los cristianos, en nuestro afán por construir
una Patria justa, solidaria y en paz, no debemos olvidar que nos mueven también
la fe y la esperanza. Y así lo decían los Obispos latinoamericanos:
El Señor nos dice: “No
tengan miedo” (Mt 28, 5). Como a las mujeres en la mañana de la Resurrección,
nos repite: “¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo?” (Lc 24, 5).
Nos alientan los signos de la victoria de Cristo resucitado, mientras
suplicamos la gracia de la conversión y mantenemos viva la esperanza que no
defrauda. Lo que nos define no son las circunstancias dramáticas de la vida, ni
los desafíos de la sociedad, ni las tareas que debemos emprender, sino ante
todo el amor recibido del Padre gracias a Jesucristo por la unción del Espíritu
Santo[46].
Que Nuestra Señora de Luján, Patrona de la Argentina, nos
ilumine, guíe y fortalezca, en los desafíos que nos aguardan, para que sigamos
construyendo la Patria, en democracia, justicia, solidaridad y paz.
[1]
Centesimus annus, n° 46.
[2]
Cfr. Concilio Vaticano II, Gaudium et
spes, n° 12 y ss. y 74 y ss.
[3]
Para la celebración del Bicentenario del 25 de mayo de 1810, los Obispos
argentinos sostuvieron: Con vistas al
Bicentenario 2010-2016, creemos que existe la capacidad para proyectar, como
prioridad nacional, la erradicación de la pobreza y el desarrollo integral de
todos. Anhelamos poder celebrar un Bicentenario con justicia e inclusión social
(Conferencia Episcopal Argentina (CEA), 96ª Asamblea Plenaria, Hacia un Bicentenario en justicia y
solidaridad (2010-2016), El Cenáculo – la Montonera (Pilar), 14 de
noviembre de 2008, n° 5).
[4]
CEA, 85ª Asamblea Plenaria, Navegar mar
adentro, San Miguel, 31 de mayo de 2003, N° 67 (En adelante NMA).
[5] V Asamblea del Episcopado Latinoamericano y
del Caribe celebrada en Aparecida, Brasil, en el año 2007, Documento
Conclusivo, n° 146 (En adelante DA).
[6]
Juan Pablo II, Mensaje a los Jefes de
Estado y de Gobierno participantes en la VII Cumbre Iberoamericana, Vaticano,
28 de octubre de 1997.
[7]
Crecimos en la promoción de los derechos
humanos, aunque todavía debemos avanzar en su concepción integral, que abarque
a la persona humana en todas sus dimensiones, desde la concepción hasta la
muerte natural (CEA, Hacia un
Bicentenario… n° 3).
[8]
Cfr. Pontificio Consejo « Justicia y Paz », Compendio de la Doctrina
Social de la Iglesia, n° 152 y ss.
[9] Cfr.
Juan Pablo II, discurso del 17 de mayo de 2003 al recibir el doctorado «honoris
causa» de la Universidad La Sapienza de Roma en Jurisprudencia.
[10] CEA,
42ª Asamblea Plenaria, Iglesia y
Comunidad Nacional, 4-9 de mayo de
1981, N° 33 y ss. (En adelante ICN). El resaltado me pertenece.
[11] Ibíd.
n° 35.
[12]
En el orden provincial (San Juan), ha ocurrido algo semejante, pues la
continuidad democrática ha permanecido constante, aunque también se debieron
afrontar momentos de serias dificultades, aún con destitución de Gobernadores
electos (1991 y 2002), los que se lograron superar dentro del orden
institucional, sin necesidad de recurrir a remedios extremos (vr. gr.
intervención del Gobierno Federal).
[13]
Cfr. DA, n° 74.
[14]
DA, n° 74.
[15]
CEA, 90° Asamblea Plenaria, Carta pastoral sobre la Doctrina Social de la
Iglesia Una luz para reconstruir la
Nación, Pilar, 11 de noviembre de 2005, n° 24 y ss.; Cfr. Pontificio
Consejo « Justicia y Paz », Compendio de
la Doctrina Social de la Iglesia, n°
197 y ss.
[16]
Cfr. Juan Pablo II, Sollicitudo rei
socialis, n° 33.
[17]
Juan Pablo II, Centesimus annus, n°
46.
[18]
Benedicto XVI, Discurso Inaugural de la V Asamblea del Episcopado
Latinoamericano y del Caribe, celebrada en Aparecida, Domingo 13 de mayo de
2007, Brasil (En adelante DI, 2007).
[19]
Cfr. Comisión Nacional de Justicia y Paz de la CEA, De habitantes a ciudadanos, n° 1.
[20]
DA, n° 77.
[21]
Véase Grosso Molina, Germán Eduardo, Democracia:
breves reflexiones acerca de sus distintos aspectos en las vísperas del
Bicentenario de la Patria (2010-2016), Revista Cuadernos de Ciencia y
Técnica para Derecho y Ciencias Sociales. Univ. Católica de Cuyo, Año XI, nº
17, 2009, San Juan, Argentina, p. 136 y ss.
[22]
Cfr. Concilio Vaticano II, Gaudium et
spes, n° 73 y ss.
[23]
Cfr. Grosso Molina, Germán Eduardo, op. cit., p. 152 y ss.
[24]
Cfr. Pontificio Consejo « Justicia y Paz », Compendio
de la Doctrina Social de la Iglesia,
n° 406, 408 y ss.
[25]
CEA, Hacia un Bicentenario… n° 34 y ss.
[26]
Francisco, Carta al Presidente de la
Corte Suprema Argentina, Vaticano, 23 de marzo de 2013.
[27]
Asimismo, conviene que los laicos que se
sientan capacitados no rehuyan ocupar puestos de responsabilidad, con verdadero
espíritu de servicio, abordando el difícil campo de las opciones posibles en el
quehacer social, educacional y político para vivir la consigna evangélica de
ser sal, luz y levadura en las estructuras temporales (ICN, n° 188).
[28]
Ibíd.
[29]
Cfr. Benedicto XVI, Deus caritas est, n°
29.
[30]
Cfr. CEA, Hacia un Bicentenario… n°
16 y ss.; Cfr. Pontificio Consejo « Justicia y Paz », Compendio de la Doctrina Social
de la Iglesia, n° 534 y ss.
[31]
Francisco, Viaje apostólico a Río de Janeiro con ocasión de la XXVIII Jornada
Mundial de la Juventud, Encuentro con la clase dirigente de Brasil, Sábado 27
de julio de 2013.
[32]
DA, n° 76.
[33]
Cfr. Pontificio Consejo « Justicia y Paz », Compendio
de la Doctrina Social de la Iglesia,
n° 185 y ss.
[34]
Cfr. Benedicto XVI, Deus caritas est, n°
28, b.
[35]
Cfr. Pontificio Consejo « Justicia y Paz », Compendio
de la Doctrina Social de la Iglesia,
n° 187.
[36] Cfr. Benedicto XVI, Caritas in veritate, n° 60.
[37]
Francisco, Viaje apostólico a Río de Janeiro con ocasión de la XXVIII Jornada
Mundial de la Juventud, Visita a la comunidad de Varginha (Manguinhos), Río de
Janeiro, Jueves 25 de julio de 2013.
[38]
CEA, 106° Asamblea Plenaria, El drama de
la droga y el narcotráfico, Pilar, 7 de noviembre de 2013, n° 5.
[39]
Francisco, Viaje apostólico a Río de Janeiro con ocasión de la XXVIII Jornada
Mundial de la Juventud, Visita al Hospital San Francisco de Asís de la
Providencia - V.O.T, Río de Janeiro, Miércoles 24 de julio de 2013.
[40]
Cfr. Benedicto XVI, Deus caritas est, n°
28.
[41]
De la contemplación del misterio de la
encarnación y nacimiento de Jesucristo, surge espontáneamente el anuncio del
Evangelio aplicado a la vida social considerada en todos los planos: familiar, cultural,
económico, ecológico, político, internacional. Esto es lo que se llama Doctrina
Social de la Iglesia. Dimana del Evangelio, pero no es un derivado menor del
mismo. Es el Evangelio de Jesucristo aplicado a la vida social del hombre. Es
su resonancia temporal. Y así como la Iglesia no puede callar el Evangelio,
tampoco puede silenciar su Doctrina Social. Nadie ha de temerle a ella. La
Iglesia la anuncia a favor del hombre y de la paz social, para el servicio de
todos (CEA, 90° Asamblea Plenaria, Carta pastoral sobre la Doctrina Social
de la Iglesia Una luz para reconstruir la
Nación, Pilar, 11 de noviembre de 2005).
[42]
Pontificio Consejo « Justicia y Paz », Compendio
de la Doctrina Social de la Iglesia,
n° 75.
[43]
Benedicto XVI, DI 2007.
[44]
CEA, NMA, n° 97-C.
[45]
La democracia no debe ser entonces un
“teatro”, en donde el individuo sólo se da el lujo de elegir a los artistas que
actuarán en el escenario, permitiéndose aplaudir si la obra lo regocija o
abuchear si lo decepciona. En democracia cada uno es un “actor”, y desde su
lugar en la función debe lograr que la obra que se representa sea la mejor
(Grosso Molina, Germán Eduardo, op. cit., p. 141 y ss.)
[46]
DA, n° 14.
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